lunes, 21 de septiembre de 2009

El hombre de paja

Soy el espantapájaros, si… soy “el” por que a diferencia de los demás me he librado de la estaca y puedo espantar a los cuervos que se posan en mis hombros, que picotean sin piedad mis ojos, que quieren verme desangrar. Puedo ahuyentarlos y correr libre por la pradera.
Mis manos esperan yertas ¡son tantos los hechos que el tiempo no borrara!... Ojos abdicados desde lo alto de mi cabeza observan tu rostro ¡cuan lejos estas de mí, cuan lejos!... mis días son un abanico y el viento se cuela entre los dedos de ramaje y papel, todo es permeable en este cuerpo mutilado.
Y ahora camino, pues volar no puedo, aunque todavía no encuentro esa forma ideal camino… no sé en que momento seré la sombra de mí maniquí, no sé en que momento seré por fin uno mismo, ni cual de los dos estados vendrá primero, ¿Hay modo de saberlo? Lo dudo… es tan cruel la ausencia como el auto-engaño.
La luz me golpea justo en la nuca y su calidez escapa rapidamente de mí… es la luna que se despide, me dice adiós o hasta mañana, según lo bien que hayamos pasado la noche… es otra luna, es otra luna, es otra luna que se va…
En cinco minutos regirá el amanecer… el sol traerá a las calles las multitudes, las casas vacías oscilaran al borde del abismo, un niño llorará en los brazos de su niñera y a dos cuadras de mi casa el tren pasará arrojando cuerpos por las ventanillas… pero para ese entonces ya me habré dormido, a favor de la corriente a la cual nunca me interesó molestar.

Soy el espantapájaros, un hombre hecho en paja y bolsas de estopa… Soy el espantapájaros que aun no encuentra su forma ideal (su ser visible)… y que con mascaras disfraza la verdad…

El viento sopla a favor esta vez, ¿será tiempo de echar a volar?

sábado, 12 de septiembre de 2009

La ruptura: 3ª parte: siete días antes… el llamado.

Llamado telefónico.
Matías – Hola.
Romina – Hola Matí, ¿Cómo estas?
Matías – Hola Romí. Necesito verte, te amo.
Romina – Si, por eso te llamaba, yo también quiero que nos veamos.
Matías – Bueno, te busco en un rato por lo de Ana.
Romina – No, espera. Quiero que nos veamos el próximo viernes. Yo voy a pasar por nuestro departamento después de trabajar.
Matías - ¿El viernes? Faltan 6 días.
Romina – Si Matías, el viernes, antes no puedo, no estoy bien.
Matías – Bueno, el viernes venís entonces.
Romina – Si, el viernes a las 18.30 hs estoy ahí, pero hasta el viernes te pido que no me llames. Necesito estar tranquila y últimamente, cada vez que hablamos, las cosas se van a la mierda y siempre término llorando desconsolada y sintiéndome una pelotuda.
Matías - ¿Y yo soy el culpable de eso? Si te sentís así es por que algo estás haciendo mal.
Romina – Esto es lo que no quiero: reproches. Por favor, haceme caso, esta semana no hablemos, el viernes hablamos de todo lo que quieras.
Matías – Esta bien, pero me parece algo egoísta de tu parte.
Romina – Si Matías, lo sé, pero no me llames.
Matías – Ok, nos vemos el viernes.
Romina – Beso.
Matías – Beso… te… – y el teléfono enmudeció al mismo tiempo que las palabras “te quiero” se escurrían por entre el aire que aspiraba el balcón del departamento.

Matías pensaba… “Me va a dejar, ya no hay vuelta atrás. No me quiere mas, eso está claro. ¿Qué voy a hacer? Ya no le importa si me corto las venas o si me tiro de la terraza, no le importa nada de mí. Solo es ella, solo piensa en estar bien ella; ¿y yo? ¡Que reviente! Eso debe estar pensando ahora.”
Romina, con la mano apoyada en el teléfono que acababa de colgar, sentía otra vez el alivió de escuchar su voz y saberlo con vida. Pensaba en que tenía mucho que pensar… “¿lo quiero o temo que se haga daño si lo dejo? No lo sé, creo que todavía lo quiero, pero no estoy segura de si quiero volver con él.”

Ana - Y, ¿que te dijo?
Romina – Que hasta el viernes me va a dejar en paz.
Ana – Esperemos, por el bien de todos, que cumpla.
Romina – Si, esperemos que cumpla.

Y se produjo un silencio desconfiado entre las dos amigas. Ana desconfiaba de que Matías cumpliera su promesa. Romina desconfiaba de la desconfianza de Ana y quería creer en Matías por última vez… y entendía que había sido un error poner a Ana al medio de todo. Sentía que la relación se le estaba yendo de las manos y que era ella quién debía resolver los problemas… sin excusas, no más intermediarios, enfrentarlo ella y mirarlo a los ojos y por fin determinar si todavía latía la llama de su amor... si había salida para este laberinto.

Eso de autolastimarse, de tirar y tirar la cuerda de la relación, ¿hasta cuando iba a soportar sin cortarse?… hacía frio y sus corazones comenzaban a sentirlo…

sábado, 5 de septiembre de 2009

La ruptura: 2ª parte: diez días antes… la distancia.

En un café de la zona de Congreso…
Matías – Hola Ana, ¿como estas?
Ana – Hola Matí, bien ¿y vos?
Matías – Bien.
Ana – Matías, Romí no está bien. Te pidió un tiempo y no la dejaste en paz ni un solo día de las dos semanas, ¿Qué te pasa?
Matías – Es que yo la amo y no puedo estar sin ella.
Ana – Ella también te ama, pero la estás haciendo mierda.
Matías – ¿Por qué no vino ella?
Ana – Por que no quiere verte.
Matías – Y si me ama, ¿Por qué no quiere verme?
Ana – Matías, por favor, pensá lo que estás diciendo. La estás volviendo loca, la llamás, la fuiste a buscar cuatro veces cuando habían acordado no verse. Le hiciste escenas de celos en medio de la calle. Yo no entiendo que te pasa, la estás perdiendo.
Matías – No me pasa nada. Solo quiero que venga ella a verme, la necesito.
Ana – Mientras no depongas esa actitud eso es imposible.
Matías – Decile que la necesito, que la amo.
Ana – Está bien, se lo voy a decir, pero no te aseguro que quiera volver a verte.

Y hablaron luego veinte minutos mas… de su trabajo, del tiempo que hacia que se conocían, se rieron, pero muy poco… la palabras se cruzaron en medio de la confusión y el nerviosismo reinante, ninguno de los dos entendía el papel que debía jugar (él por que estaba destrozado… ella por que nunca supo como enfrentar la situación en la que se encontraba ahora sumergida)… se vieron siempre dominados por el deseo (o la ansiedad) de irse lo antes posible del lugar.
Ana - Bueno, me voy, se me hizo tarde. Chau Matías.
Matías – Chau.
Se dieron un beso y Ana se fue… y Matías, quién momentos antes fuera el mas apresurado por irse, se quedó un rato mas en el bar mirando por a través del cristal sucio que daba a la calle sin pensar en nada mas que en Romina.

En el departamento de Ana…
Romina - ¿Qué te dijo?
Ana – Está desesperado, nunca había visto a un hombre así. Tenía los ojos desencajados como si no hubiera dormido en días, cuando hablaba parecía agonizar. Me fui del bar con una sensación de vacio irreproducible asomándome por el pecho. Está desquiciado, no creo que sea bueno que vayas a verlo.
Romina – Entonces: ¿quiere verme?
Ana – Si, me pidió que te dijera que te ama y que quería verte.
Romina – ¿Tan mal lo viste?
Ana – Si Romí, estaba destruido, nunca vi algo así. No coordinaba ningún pensamiento, estaba confundido, hundido en un laberinto. Huía en todo momento, estaba contrariado… él, que siempre sale airoso de cualquier situación incomoda. No sabes lo que era, es una pena verlo en ese estado.
Romina – Será mejor que vaya a verlo.
Ana – No, no vayas, tengo miedo por vos. No me pareció que estuviera en el total uso de sus facultades mentales… y en ese estado el ser humano es capaz de hacer cualquier cosa. Vos sos psicóloga, lo sabés bien. Lo mejor será que no lo veas por algún tiempo.
Romina – ¿Y si cumple con sus amenazas?, ¿y si se mata?
Ana – No creo que vaya a hacer nada de eso. Esta mal, pero nunca tuvo tendencias suicidas.
Romina – Ana, son seis años juntos, no puedo no preocuparme. No puedo dejarlo solo.
Ana – Es que no me parece que verlo sea la mejor forma de ayudarlo. Tiene que aprender a no tenerte. Lo acostumbraste a volver siempre, por eso se está comportando así.
Romina – Pero no puedo, es más fuerte que yo, tengo que ir a verlo.
Ana – Llámalo, acordá un encuentro para dentro de una semana, prométele que vas a ir, pero que él se comprometa a no molestarte durante todo ese tiempo… y ahí ves si es capaz de cumplir sus promesas. Si es capaz de eso, existen posibilidades de que cambie, si no cumple va a ser mejor que comiences a olvidarlo.
Romina – Si, tenés razón. Voy a llamarlo.

Y Romina se resistió a correr hacia él, aunque a decir verdad quería hacerlo. Esa noche no pegó un ojo. Se acostó de frente a la ventana de un noveno piso que dejaba ver por entre las cortinas un cielo estrellado como paisaje dominante. Intentó encontrar en las miles de constelaciones alguna explicación... no sabía que estaba buscando.
Cuanta falta le hacía en este momento su cajoncito de primeros auxilios… su manual de prácticas de convivencia básicas para pacientes con síntomas de desesperación y abandono anunciado, futuros divorciados a no ser por su intervención sanadora.
“…Adonde han ido a parar Freud, Jung y tantos otros psicólogos destacados en el momento en que uno quiere servirse de ellos para uno mismo y no para obtener un lucro… si ahora ella era la que estaba pidiendo auxilio, ¿por que todo en derredor era silencios?…” pensaba mientras se enroscaba triste en las sabanas blancas.
Fue así que, con los ojos mojados, Romina pasó la noche en vela pensando en Matías, que se encontraba a escasos 20 minutos en colectivo también mirando por la ventana de la sala de estar a las estrellas semidormido sobre su tablero de dibujo.