jueves, 22 de octubre de 2009

Mujer al agua

“Hombre al agua” – gritaba yo, mientras una joven muchacha, de unos 23 años, se arrojaba desde un puente a las aguas del río.

Desde los jardines en la rivera había estado observándola largo rato. Llegó a eso de las 10 de la mañana, caminó por el puente en dirección al sur, y a mitad de éste se detuvo de frente al inmenso cristal azul que la sostenía.
Pude ver que lloraba. Pude ver las lágrimas recorrer su rostro pálido e ir a parar al río, haciéndose unas con las olas. Observé como sus dos piernas frágiles se alzaron por sobre la baranda del puente. Pude ver que dudaba, no estaba segura, pero estaba ahí y tenía que hacerlo. Y antes de saltar miró al cielo, creo que buscaba un ángel, una salvación, y se soltó. Su cuerpo en el aire dibujó una silueta rosada, el sol le dio justo en la frente y en el instante de estrellarse contra el abismo azulado cerró los ojos. Yo creo que no quería ser testigo de su propia muerte.

- “Se ahoga, no sabe nadar, se ahoga” - y mi voz iba elevando el tono a medida que el cuerpo de la muchacha se hundía entre las aguas del Sena. Todos alrededor me observaban como si estuviera loco, los ojos de la gente acusaban una mezcla rara de desprecio y miedo, por mí. Nadie ayudaba a la joven que se ahogaba. Todos se disponían a señalarme con el dedo. ¿Quién era yo? no importaba. ¿Quién era ella? alguien a quien había que salvar.

Y yo quería ayudarla y me acerqué a la orilla, pero mi incapacidad no me permitía arrojarme al vacio. Sólo podía gritar. Pero ¿a quién? Ni en el cielo me escuchaban, había perdido la fe.
“Dios santo, alguien que rescate a la muchacha” - grité, como para probar que Dios existe, y unos señores de uniforme azul me sujetaron con fuerza por la espalda, y casi sin ofrecer resistencia me dejé subir a un camión blanco con una sirena que por ese entonces estaba apagada (había estado antes en ese lugar). - “te vamos a ayudar, cálmate - Me decían en un francés muy refinado dos señores ahora vestidos de blanco, yo nunca antes los había visto y les gritaba - “pero yo no soy quien necesita ayuda, la joven se ahoga, por favor sálvenla” - y a pesar de lo gentil que parecían, estos hombres que me llevaban dejaron a la muchacha ahogándose en el rio. No se hicieron eco de mis palabras. Yo había perdido la fe en Dios, ahora restaba el hombre.

Luego, encendieron la sirena del camión al que ellos llamaban ambulancia y con prisa se dirigieron al Hospital André-Mignot de Chesnay, en las afuera de Paris.

lunes, 5 de octubre de 2009

El toro o la Alondra

Soy la cicatriz abierta en el lado diestro del tiempo. Soy lo que va de las seis a las doce, y apenas si recuerdo cuan plateado puede verse un amanecer. Soy la cicatriz que abraza el costado amarillo del verano, allá por los finales de cualquier marzo.
Me han zurcido como a un muñeco viejo y mis heridas todavía sangran… escupen gárgaras, se ahogan, coagulan y vuelven a sangrar. Pero no importa, ¡que sangren! no pienso vivir demasiado, y sé que algún día daré muerte al amor y la mazmorra.
Ayer soñé que regresabas, que tus ojos topacios me alumbraban desde la puerta, y desperté. A veces quisiera no despertar… ¿para qué despertar? Si en sueños puedo controlar mi vida… si en sueños estás todavía conmigo.

Soy el escorpión que ha envenenado la copa de la que pronto beberá. Sí, beberé el veneno de mi propio cuerpo, pues sé bien que nunca moriré con causa en la ponzoña.
¿Hacia dónde apuntan las cicatrices? Marcan las 18.15 hs de un agosto, de un ocaso en el horizonte y de la noche al oeste… el silencio sugiere que es hora de despertar. Observo mis manos y el sol, el último sol del crepúsculo, realza lo traslucido de las uñas, la luna comienza a asomarse y enciende la luz de mi cuarto oscuro. Que difícil es verse en la oscuridad.
Espero a la noche para salir, no quiero que me vean desangrándome. Salgo del encierro al que me he condenado para verte. Oculto con ropas las huellas de mi miseria, disfrazo con anteojos y barba mi rostro corrompido, y te busco entre todas las caras que deambulan la noche, con insistencia te busco entre alimañas y sombras. Jamás te he visto manejarte en ese ambiente, pero sé que algún día caerás, o vendrás a rescatarme. Confío en eso.

Soy la cicatriz abierta en el lado diestro del tiempo, de mi tiempo, y va siendo hora de dejarlo correr, para que en su corrida lo arrase todo. ¿Seré un toro de San Fermín o una Alondra en vuelo? No lo sé… por lo pronto, mañana amaneceré temprano para ver las primeras luces de un día de resurgimientos.