viernes, 31 de julio de 2009

Conversación de café

Dijo él - La vida es una noche cerrada donde la luna nos enseña su rostro dos o tres veces nada mas (cuatro, si resultas ser un afortunado). Ojala pueda tu mirada percibir el resplandor que de ella emana. Su paz y su influjo sagrado. Lo que es yo, ya he cerrado mis ojos con hilos de lienzo bordado y con gotas de alquitrán.

Ella contesto - ¿Resignación o la quinta pata al gato? Me parece que solo estás buscando excusas.

Él la miró, dudo dos segundo y dijo – Todos los caminos llevan a Roma, se dice. Y si el final, es decir, si Roma es la desazón y tú ya te encuentras ahí, poco ha de importarte el camino por el que hayas llegado, y mucho aquel por el que vayas a salir.

Ella sonrió, quizá sin saber que él estaba perdido (pidiendo auxilio); y que su Roma lo tenía encadenado a una columna de cristal.

Él se dejo ir luego, con la terrible sensación de que jamás volverían a verse.

jueves, 30 de julio de 2009

El cóctel

Eran las dos de la mañana cuando ella llamó. Su voz en el teléfono lloriqueaba, se ahogaba. ¿Él? El estaba perdido. “Amor, ¿estas ahí? me equivoque, perdóname, no me dejes” mascullaba ella nerviosa; y el no entendía una palabra, su cabeza estaba destrozada; y por fin colgó.
Dos minutos más tarde rechinó en su habitación nuevamente el teléfono. Él, más arrinconado aun, atendió, pero no hablaba. Ella lloraba desesperaba. Amenazaba cortarse las venas. Juraba que lo haría si la dejaba. Él no entendía nada de lo que decía, pero accedió a que viniera, o al menos ella entendió eso.
Bajo corriendo las escaleras de su departamento a la calle, tomo un taxi y se dirigió a su casa empapada en llanto, aunque, a decir verdad, se hallaba un poco mas calma. “Si la dejaba volver a verlo, las cosas no estaban tan mal” - Pensaba.
Entró despacio, lo vio durmiendo, se acercó sigilosa, lo tomó en brazos, lo abrazó con la desazón de creer que esta podía ser la última vez que lo hicierá. Sintió su cuerpo helado y pálido, se desesperó, quiso medir su pulso, pero éste había desparecido. Encendió la luz y lo encontró vencido, cercado por un coctel de pastillas desparramadas en la cama y una botella de lo que horas antes fuera ginebra.
Gritó desesperada, pidió auxilio, aulló. Llegaron los vecinos, una ambulancia, enfermeros. Lo llevaron al hospital más cercano.
Subieron algunos pisos hasta la sala de cuidados especiales, le hicieron un lavaje de estomago, reanimación, pero nada resulto, ya era tarde.
Ella desquiciada comenzó a arrancarse la piel de los brazos con sus propias uñas. Dos enfermeras intentaron detenerla, la tomaron por los brazos con fuerza buscando tranquilizarla. Se escapó y corrió desesperada hasta la ventana más próxima; y al llegar frente a ella desapareció junto al aire que iniciaba su ingreso por las rendijas de metal y el desastre de cristales quebrados.

domingo, 26 de julio de 2009

Resignación (Conversación entre un alma libre y una moral colectivista)

Un sábado como cualquier otro, o no tanto, puesto que eran las 10 de la mañana, Leo se despierta en su departamento de Barrio Norte y enciende su computadora. Aburrido, comienza a buscar en páginas de internet espacios destinados al arte y la literatura, hasta que se topa con uno de esos lugares a los que se le hace inevitable querer entrar. Entonces entra entusiasmado, y pasados 30 minutos desde su ingreso; y al tiempo de dejar un comentario debajo del texto publicado, ocurre la siguiente discusión:

Moral colectivista (comentario) - No he leído todo lo que has publicado, pero me ha gustado mucho leerte, al menos en parte. Seguiré leyendo mas tarde, pues ahora tengo que cumplir otros compromisos.
Alma - ¿Qué?, ¿Qué dices? Por que voy a seguir mas tarde, si me gusta lo que estoy haciendo ahora. Quiero seguir leyendo las publicaciones, pues son muy lindas; y me atrapan y me arrastran por un pasillo oscuro. El pasillo que va directo a la antesala de un alma como la mía quizá. Como la de ella también, que llevo meses hurgándola. Un alma nueva que se una a nosotros en nuestro camino de emancipación.
Moral – Pero quedaste que a las 11 ibas a verlo a Pepe y son las 10:40.
Alma – Al demonio con Pepe. Encima me tuve que levantar temprano. Mejor sigo leyendo.
Moral – No, no está bien lo que queres hacer. Vas a desilusionar a Pepe. Él te está esperando. Le prometiste acompañarlo a comprarse una guitarra.
Alma – Puede ir solo, está bastante grandecito. Lo llamo y cancelo. No le miento. Le digo que me cruce con el retazo de un alma abierta y que quiero hurgar sus senderos. Quiero caminarlos, hacerme tierra con ellos. De todos modos, no lo entenderá.
Moral – Pepe es un buen amigo. Solo te fallo dos veces.
Alma – Jaja (risa irónica). Si es un buen amigo lo comprenderá.
Moral – Vamos, no seas egoísta. En la vida hay que ser civilizado y sacrificarse por los demás. “…Todos para uno y uno para todos…”
Alma - ¿Y cuando voy a ser el “uno” en la historia? Siempre me toca ser el “para todos”.
Moral – No empieces con tus reproches. Ya estas grande, tenes 26 años.
Alma – Uy no, empezó la hora de la pavada. No me vengas con estupideces. Llevo 6 años resignando mi vida a la de mis amigos / novias de turno, sometiéndola a ellos, ¿Por que hoy no puedo hacer lo que quiero?, ¿que me lo impide?
Moral – Mmm. No saltes con cosas raras.
Alma – No te hagas la boluda y contéstame. Sabes bien que no estoy hablando cosas raras. No me hagas quedar como una estúpida. Ya no me trago esos versos.
Moral – Bueno, Pepe te espera y mientras discutís conmigo se pasa la hora.
Alma – Si, se pasa la hora; es cierto, y todavía no me has dejado continuar con la lectura. Necesito paz. Ándate a dormir, después hablamos.
Moral – ¡No! Vamos a ir a buscar a Pepe.
Alma – Al demonio con Pepe. Me tenes harta. Sos una mentirosa, obsecuente e insidiosa. Tu único propósito es hacerme sentir culpa para que vaya a ver al estúpido de Pepe, quién en su vida haría algún sacrificio por nadie. Que lo va a hacer, si es un idiota.
Moral – No hables así de tus amigos. Ves que sos una mala persona. Una egoísta, egocéntrica, individualista, carroñera. Yo no soy la que te hace sentir culpa. La culpa la sentís vos por tu propia consciencia negra.
Alma – ¡Oh Cuanta diferencia hay entre la consciencia y la moral! Son la misma porquería.
Moral – Vamos a buscar a Pepe y punto.
Alma –No, yo voy a seguir leyendo…

Ring – Ring (suena un timbre)

Leo – Hola Pepe, ¿como estas?
Pepe - ¿Qué haces Leo? Llegaste a horario, buenísimo. Espérame un rato que ya bajo y vamos a comprar mi guitarra.
Leo – Ok, apúrate que tengo frio.
Pepe – Uh hace frio, espera que busque alguna campera entonces.

Leo piensa:
“…Estamos en invierno, lo lógico es que este frío el viento. Encima lo tengo que esperar. No entiendo a veces por que todavía le hablo. ¿Será que temo quedarme sin amigos?, ¿Y si me voy? Ya estoy acá, ya vine, ahora hay que bancársela…”

Pepe piensa:
“… ¿Que campera me pongo?...” Es inútil, Pepe no piensa.

(Adentro de Leo):
Alma – Siempre te salís con la tuya. ¿Cuando van a cambiar las cosas? Ya no lo soporto más.
Moral – Vamos, Vamos, no seas tan trágica. El compañerismo es lo esencial, la camaradería. Todas las demás satisfacciones se tienen que sacrificar por él, que es el máximo nivel de belleza y bondad social. Ya se te va a pasar ese capricho individualista.
Alma – ¿Quién determino los parámetros de los que hablas con tanta seguridad? No me importa, ya no quiero discutir contigo. Encima hace frio, siento que la piel se hiela. Decididamente Pepe es un estúpido. Para que pidió que llegásemos a las 11 en punto, si no pensaba estar listo para salir.
Moral – Ya te dije que no debes hablar así de tus amigos.
Alma – Al diablo contigo y con todos.
Moral – Individualista empedernida. ¡Que equivocada estás!

La Moral colectivista masculla palabras, habla entre dientes:
“…Que egoísta es esta alma, se cree muy superior a los demás. Es una pobre ingenua. Y la muy tonta y altanera ahí anda por la vida manejándose con caprichitos y ocurrencias poco practicas. Menos mal que siempre me salgo con la mía. Siempre convenzo a Leo de hacer lo que yo dicto. Él es sumiso y obediente a mis dictados por suerte…”

El alma piensa silenciosa
“…Que frio, como me gustaría estar tomando chocolate caliente en casa, leyendo las publicaciones de esa chica que no conozco, pero que puede ser un alma sensible, un alma de las nuestras. Como me puse al comenzar a leer sus párrafos, me estremecí, vibré, corrí, reí y lloré. Podría decirse que era un alma satisfecha. Y me veo ahora, aunque no quiero mirarme, adentro de este cuerpo helado, tiritando, esperando a alguien que no me importa, a alguien que no merece siquiera que lo espere dos minutos; y ya llevo 15. ¿Hasta cuando seré capaz de soportar esto?, ¿Vas a despertar algún día? A vos te hablo Leo, no te haga el tonto, no es necesario. Se que aun podes oírme…”

Los canibales

En las afueras de una aldea, más allá del barranco, sobre el rio de hielo; corría un borrego despavorido. Huía parece de la muerte, que con espadas sangrientas reclamaba su presencia. Todos estaban muertos, las cárceles abarrotadas de hierros, las chozas incendiadas, los lobos sueltos, casando a mansalva.

El niño huía. ¿Era el sobreviviente? ¿Era la carnada? Su herida iba dejando rastros, los lobos lo perseguían. ¿Dónde iba?

Nadie sabia de él, pues todos estaban muertos; y una jungla siniestra lo enfrentaba rabiosa. Corría alienado, desesperado, casi muerto; y más vivo que nadie, puesto que estaba solo. Él era la fruta, él era la salvación. ¿La salvación de que? Si ya no había nada, no quedaba pasado más que su recuerdo borroso, que se iba extinguiendo con la agonía.

El niño desaparecía y aparecía entre la espesura del bosque, corría. De pronto lo absorbía la tierra y lo devolvía enteramente vivo. Lo camuflaba y protegía del miedo, de los lobos hambrientos que lo perseguían.

Su madre muerta, su hermano, su padre, su tribu, todos muertos. Canibalismo salvaje, guerra de guerras. Crueles fieras, crueles almas asesinas, tan turbias como el infierno.
Y el niño huía inevitablemente hacia una trampa. Su propia trampa.

De pronto se detuvo, una luz lo alzo entre los matorrales, expulso su pecho al Divino, todo fue estruendo y grito. Nadie veía, los caníbales lobos quedaron ciegos, tan ciegos como sordos y tan sordos como muertos. ¿Había sido Dios? Dios no existía.
El niño huía sin pensar, y en su huída creyó estar muriendo, pero no se detuvo, corrió como si lo siguiese la muerte, corrió hasta lo enfermo.

Una vez que la luz desapareció, despertó. Sus ojos dieron el vuelco.
La aldea estaba a salvo, pero sintió el aroma del cierzo. Salió de su choza, corrió al bosque de los sueños, caníbales lobos preparaban el espectro; y con un grito de infiernos alertó a los guerreros.
Tomó su espada. El niño ya no era niño, era el rey guerrero. Alzó su mano al cielo y aulló, corrieron con él miles de perros sedientos. Los lobos retrocedieron.

“Caníbal te has enfrentado a tu propio veneno” - Gritó. Y con sus manos desangradas corrió, desenfrenado corrió y enterró la espada en el pecho del Dios enemigo. Gritó con la fuerza del viento, los lobos temblaron y enloquecieron; y murieron todos de miedo.

Soltó la espada y en su abismo murió con el pecho quieto. Nadie osó detenerlo. Caminó sin espantarse hasta el silencioso mar de los muertos.

sábado, 25 de julio de 2009

Aldeas de humo

Veo una luz. ¿Será ese el camino? ¿Hacia donde me dirijo? En la oscuridad todo es rastro, todo son huellas borrosas.

No recuerdo bien el bosque. Esto es un Ciprés, lo se por su aroma. Más allá está el rio, siento como las olas se cruzan de un lado a otro en un baile estival, susurraran deliciosas al paso. También escucho un zumbido, como si fuese una sierra podando vidas. Veo colores, todos oscuros. Todos oscuros y necios. No se si estoy perdido. ¿Hacia donde me dirijo? ¿Hacia donde me llevan? ¿Por qué voy solo?

Camino dando tumbos, pues me tropiezo con las raíces que emergen de la madre tierra. ¿Que me reclama el silencio? reclama auxilios. Yo apenas si oigo, quiero huir. Quiero salir de este bosque rojo tenebroso. De sangre herida y derramada. ¿Donde me lleva el camino?
Veo la bruma sobre una senda que no piso, que no camino. Estoy resuelto a esconderme del miedo. Sigo, como si fuera a salir algún día.

Sobre las rocas encuentro la paz, y duermo, a veces sueño, algo a veces también recuerdo; pero pocos minutos, luego vuelvo a caminar desierto, neurasténico.
Me calmo, escucho en silencio al ruido de tumbas que es la intolerancia, la soberbia y el sin razón de los necios. ¿Hasta cuando para mi esto? Como si fuera un eje del que pende el mundo sigo, ¿Hasta cuando?

Las sombras me alejan del humo. El rio me llama. En secreto voy a él con el alma; pero mi cuerpo se resiste a seguirme, y ambos permanecemos quietos. Espero que la bruma pase, y sigo. Todo es oscuro. El sol está alto, tan alto que ni la luz nos deja. Y en el escalón de la duda tropiezo. Todo en la oscuridad es engaño, las formas no son ciertas, los hechos son habitables, pero no sinceros. En la oscuridad todo es sigilo.

Apoyo el hombro en mi cabeza como si fuera a dormir. Y la rama más alta del naranjo me regala alimentos. Es una ave recién cazada, sus causes todavía desbordan la sangre. Veo, tristemente, que iba a ser madre, pero el hambre se apodera de mí y nada me da culpa. Devoro cómo un animal sanguinario hasta su último bocado, me relamo y escupo los huesos. Siento que el pecho pide agua, pero no puedo ir al rio. Las olas me tienen por enemigo y quieren llevarme lejos. No puedo ir al rio. Quiero huir de esta selva, que de momentos es inhabitable. ¿Cuál camino he de tomar? ¿Hacia donde me dirijo?

Camino sin rumbos, como si estuviera perdido, pero no lo estoy. No tengo claro hacia donde me dirijo. Como el barco que a la deriva marcha sin saber donde encallar, sin saber si morir o vivir para morir luego en altamar, navego y navego.

Voy enderezando el vaso por que el agua que se derrama es mucha y todavía nadie ha bebido. Voy caminando la senda de lo desconocido, pero me parece haber visto el paisaje antes, en algún retrato. ¿Será que los hechos se repiten? ¿O serán los lugares los que se repiten?
Voy andando por la senda de lo desconocido como si supiera adonde voy. Creo que estoy perdido. Por primera vez, comienzo a sentirme lejos.

¿Y si siguen mis huellas? Me encontraran, quizá sea el momento. ¿Y sí no puedo huir de sus constantes pasos diabólicos? Me perderé nuevamente.
Por eso me he quedado solo: para poder correr y escapar cuando sea necesario. Para salir a enfrentar mis muertos, a todos ellos, que me persiguen y que no soportan verme vivo. Voy a salir a enterrarlos a todos en vida, que es esta y es mía la vida que llevo. Quiero que una corana los resguarde del frio, así no vuelvo a preocuparme por sus deudos.

A un paso del cielo estoy, también a un paso del infierno; y no se cual es el camino que debo tomar. No me importa. Y si me detengo: me resigno y muero en la verde hierba, como si pereciera en un lago negro sin luna al hastío del sol que no me alcanza, que no me alumbra. Si me detengo muero, y si me equivoco jamás viviré. Jamás.

Dios, que no te he querido, que no has sido mío, pero yo si he sido tuyo, como todos esos muertos. Dime Dios ¿Hacia donde me dirijo? ¿Cuál es el camino? No lo sabes, lo sabia.

Y otra vez el silencio enmudeció, los ojos cerraron las ventanas; la luz del alma encendió su eco. Sin desiertos, sin heridas, sin recuerdos, sin odios, ni miradas, el viejo se deshizo de su vida; y más viejo que antes silenció el perdón de todos sus muertos.

martes, 21 de julio de 2009

La senda.

Dos hombres viajaban a la orilla de un camino. Oscuras arremetían las negras copas de los arboles. Todo estaba vedado en esa ruta.
Hablaban de tanto en tanto sin percibirse.

Uno marchaba parsimonioso. El otro atlético y agraciado. El más viejo, triste y solitario, pedía a sus adentros una última función. Un último ensayo siquiera. El de al lado, joven, eterno, avariento, habría de negársela si fuere necesario.

De pronto al camino una densa bruma lo cubrió. La voz se hizo ecos; y en todos lados una chicharra estrepitosa paso haciendo escándalo. Un camión lanzaba inmensas llamas por el caño de escape.
La bruma luego levanto. El camino quedo libre para continuar el viaje. Ahora las orquídeas florecían, los conejos corrían entre margaritas salto a salto y un cristal de agua purpurina descendía desde la montaña en una carrera colosal.

Solo uno de los dos hombres caminaba ahora. El otro había desaparecido entre el bullicio.

La tempestad (2ª versión)

“…Los rayos golpean y se hunden como dagas en el vientre de una tierra arenosa. Las ramas de los arboles, de cuajo arrancadas, divagan sublevadas por el campo. ¡No hay atajos posibles! ¡No hay cielo esperándonos! A lo lejos una granja emana violentas bocanadas de fuego. La desgracia de la tempestad. Dicen que todo se ha perdido…”

Hallóse ella en mis brazos liviana y en mi pecho irguióse invulnerable el sol. Se aferró a mí cual amarras a un puerto y volvióse a dormir en calma.

sábado, 18 de julio de 2009

La caravana

Una caravana de almas desfilaba en las orillas de un acantilado. Todas marchaban presurosas, como arrancadas a una labor innecesaria.
De pronto una de ellas observó sus botas, su cuerpo, su aliento y sus brazos, palpóse con su tacto recién nacido. Abrió al viento su pecho, sintióse viva y hechóse a volar sobre los abismos borrascosos que la rodeaban.

Las demás, al ver aquella ardiente perspectiva de un alma en vuelo, arrojaronse todas al vacío.
Hoy, y como una de las tantas atracciones del lugar, se dejan ver sus manchas escarlatas en el fondo pedregoso de aquel barranco.
Como es de esperarse en casos como estos ninguna de las demás sobrevivió.

viernes, 17 de julio de 2009

La estrella

¿Dormíase el sol, o dormitaba? Cerraba sus ojos y abríalos con apuro, como si le hubieran sorprendido copiándose en un examen.
Sus rayos apenas rosaban las negruzcas copas de los pinos. Su tibio calentar se volvía frío y desaparecía de repente. Sin embargo, se estaba a mitad del día.

¿Las nubes? ausentes todas. Quizá olvidadas, quizá jugando a las escondidas, pero a saber verdad no estaban. El cielo celeste, casi blanco, mostrabase erguido y vacío. También ausente. A todas las miradas maravillaba el sol, que cerraba y abría sus ojos, que dormitaba. Que entibiaba y calmaba nuestras ansias. Que avivaba y susurraba historias de noches desveladas. De ardores flacos, sedientos, olvidados. Todos, desgraciadas víctimas del tiempo. Todos muertos.

Y en una oleada tiñóse el viento de rojo, la hojarasca estremeció; y sintióse aun mas el frío. Ya el sol no despertaba; y la esperanza se dilataba.
Las nubes aun ausentes, el cielo presente, pero solo de paso. La luna muerta.
Los ojos que en caracolas miraban el horizonte desbordaban. Las manos buscaban resguardo en cansados bolsillos de tela; y el cisne de fieltro, aquel héroe de antaño, al estanque tranquilo ahuyentaba. Las ranas croaban y su canto era un arcano sin solución. ¿Quién soñaría ver al sol extinguirse? La esperanza una vez mas se dilataba.

Ya los jardines vacíos en las plazas. Esquirlas de humo vendíanse en las esquinas como el elixir de una salvación temprana. Como el escape al horror venidero. Las personas compraban al por mayor aquel incienso embustero y barato.

Todo era perfecto. La radiante tarde helada y tan pulcra como la rosa y el ocaso. ¿Las orugas? ¡a mariposas de un salto! Era bello observar las escafandras desprenderse y caer destrozadas.

Y de pronto encumbró el sol sus ojos. Las almas renacieron. E irguíose solemne por encima del crepúsculo desvelado. A prisa se oyó el canto de la salvación. Todos aplaudieron, menos yo, que supe inmediatamente que agonizaba, que era su último aliento; y apagóse luego.

Adentróse la noche en el día como una telaraña y lo cubrió todo de tenebrosa calma. Los hombres corrían espantados sin encontrar abrigo. Las mujeres perdidas lloraban. Los ancianos vaticinaban que todo estaba escrito y que ellos lo habían señalado. Los pobres niños indefensos reían desquiciados y ebrios de libertad.

¿Y yo? Yo que desde fuera miraba y soñaba, de pronto desperté; y eché a volar al resguardo de una estrella.

miércoles, 15 de julio de 2009

El camino del ovillo.

Tejía y destejía una doña prodigiosa. Creía que al final del ovillo de lana se encontraría con la muerte. Y como nunca terminase su tejido, permanecería siempre a salvo.
Debía estar atenta, eso sí, no sea cosa que una de esas tardes de té distraída continuara mas de la cuenta su tejido; y el té no fuese té, fuese cianuro; y su amiga no fuese amiga, fuese la huesuda llevándosela. Así que esta señora siempre tejía y destejía; y nunca terminaba un tejido.

Pero en un momento de despabile (de esos pocos que suelen darse a esa altura de la vida), pensó - si la muerte estaba al final del ovillo, ¿por que mejor no dejaba de tejer? – Fue entonces cuando descubrió que estaba sola; y que el tejido era lo único en su vida. - Si lo dejaba, estaba muerta, si estaba muerta ¿por que no tejer un último caminito para la mesa? Así cuando la encuentren tirada agonizando sobre la alfombra podrían decir: “Que señora tan elegante, miren que hermoso tejido ese sobre el tocador”- Eso pensó y tejió.

Y tejió, y no se asusto cuando trasgredió el nudo de lana que había dejado en el ovillo como señal de alarma.
De acá no tengo que pasar – se dijo, pero enseguida olvido el pensamiento, desato el nudito y siguió.
Tejió su caminito, empleó el ovillo completo en su tejido.

Dos días después, cuando la encontraron muerta sobre la alfombra, nadie se percató del caminito tan bello que estaba extendido sobre la mesa y que unía sus dos cabeceras cual puente une las dos orillas de un rio. Todos quedaron espantados al ver las agujas de tejer de la anciana clavadas en sus cruentos ojos podridos.

El viento a contramano

“…Han enjuiciado al viento, dicen que se estrelló contra un ventanal…”

Ha visto señorita Jacqueline que mi cabeza si estaba gastada (o está gastada). Recordé hoy, mientras miraba con los ojos perdidos al viento circular a contramano por la ventana, que me había dicho que dibujaba... Y se alarmó el viento cuando de la otra esquina le gritaba un infeliz "eh imbécil, vas a contramano" y se estrelló contra mis ventanas...
Y yo, testigo único y silencioso del hecho, me pregunte: "¿que sabe el viento de manos, si nació para ser libre?"

Ahora dígame señorita, para ayudar en su juicio al pobre cierzo, pues pienso salir como testigo de parte:

¿Que sabes tú de manos, de prisiones, si naciste cual viento en otoño?