lunes, 30 de noviembre de 2009

Un muffin con chips de chocolate

- Acceder a esa zona en mi cabeza es algo difícil. Para hacerlo tengo que estar preparado, pues es ahí donde reside la nómina de mis frustraciones, y uno no quiere andar revolviendo el pasado así por que sí.
Para adentrarse, uno debe hacerse de todo el coraje posible y esto es complicado, más si es domingo por la tarde y está lloviendo.
La travesía consiste en abordar lo más rápido posible el barco y hacer un viaje corto y preciso. Un viaje relámpago. Sin detenerse a pensar demasiado en nada, ni a preguntarse porqué.
- Pero ¿por qué?
- Porque no tengo ganas de pasarla mal.
- Entonces, ¿por qué vas a indagar en ese rincón si no queres pasarla mal?
- Ah, porque tengo que hacerlo. Tengo que replantarme ciertas cosas y no puedo seguir pateando el problema para más adelante.
- ¿Y tiene que ser justo hoy?
- No, pero si no es hoy ¿cuándo?
- No sé, mañana por ejemplo.
- Ah, mañana, ¿cómo no se me ocurrió a mí? Salgo de trabajar y me quedo en un bar, ahí por plaza de mayo. Me siento solo en una mesa que dé a la calle, pido un cortado y me presto a adentrarme en un laberinto, leyendo el diario.
- Claro, eso me parece bien.
- Si, ¿y hoy qué hacemos?
- Llámala a Ana y vamos al Starbucks del Alto Palermo.
- Pero no me gustan los Shoppings y menos en domingo.
- Pero si te gusta el café de ahí.
- Si, mas o menos. En realidad, me gustan los muffins con chips de chocolate.
- Ok, llámala entonces.
- No. Estaba tratando de ser irónico, pero con vos no funciona, no te das cuenta de nada. Me voy a quedar en casa tratando de ponerle orden a mi cabeza.
- No te entiendo.
- No importa, a veces no se trata de entender.

/ Hoy es domingo y llueve. La verdad es que no quiero pensar demasiado en ella, pero me es inevitable. Todo el entorno me arrastra a recordarla. ¿Qué estará haciendo ahora? De seguro está contenta, aunque odie los domingos ama la lluvia, y la combinación de ambos debe jugarle a favor. /

/Ordenada toda la nómina de mis frustraciones, sumo una más: y es ella, que ahora pasa a engrosar la lista de fracasos. Son sus manos, sus labios, su voz, su aroma a jazmín y un cajón repleto con las cosas que olvidó llevarse. Todas ahí dentro tienen destino de baulera, doble candado y arrojar la llave en algún pozo ciego… ¿a quién engaño?, ¡cómo si con esto alcanzara! La realidad es que la extraño… y a veces mas de lo saludable.
A esto, si, a “esto” estoy de sentirme solo, ¿cuánto tiempo hace que no me siento así? /

¿Qué estará haciendo ahora? - Observo mi cama destendida y ahí la encuentro semidesnuda, mirando por entre sus parpados entornados ¡qué linda es! - “¿qué estará pensando?” – me pregunto.
Debe estar pensando en mí. Debe estar pensando – “¿qué hace ahí en la computadora un domingo lluvioso?, ¿por qué no viene, me abraza, me besa y dormimos juntos? El día es perfecto para pasar la tarde abrazados”-.
Y yo nada. Sigo haciendo como que no existe.
Me duele verla en todos lados.

Vuelvo a mirar la cama y ya no se encuentra ahí… se fue, quizá se aburrió de esperarme, quizá nunca estuvo y lo demás fue producto de una imaginación masoquista.
A esto, si, a “esto” estoy de sentirme solo.

Hoy quería ir al teatro, pero mi acompañante suspendió por lluvia, y me hizo un favor, porque a decir verdad, no quería ir con ella. Es una de esas que nunca engrosaran ninguna lista de fracasos.
/ ¡Cómo llueve! Se cae el cielo afuera, mientras observo a través del cristal los charcos rebalsándose. Quisiera correr a embarrarme en ellos, pero ya estoy grande para esas cosas. /

Será mejor que ya no me esconda, que salga a la calle a sentir el perfume de la tierra mojada.
Voy a llamar a Ana, voy a ir Starbucks a tomar café y a comer un muffin con chips de chocolate… y ya más tarde pensaré como arrancarte de mi vida.

martes, 10 de noviembre de 2009

Gritos atrincherados

Yo dibujé en un balcón a la golondrina, yo le pedí que se quedara…

Yo la llamé por su nombre y ella me reconoció, yo fui gorrión de sus tardes solitarias… y le pedí que se quedara, pero ella se marchó.
Yo regalé mis manos, las vendí, las até, las perdí, desde ese entonces ¿dónde están?… y murmuré su nombre y lo ahogué con mis dedos en una pecera de plata. Yo vaticiné que para el azar hay que tener suerte, y para ganar coraje… ¿qué es lo que me faltó?
Yo absorbí de la calle las mentiras, las reinventé y las entregué como la llave sagrada… yo te pedí que te quedaras… pero no hubo caso, con la primavera echaste a volar. Eras una golondrina de otoños.
Yo hice de la alquimia abuso para escaparle a la realidad y he perdido hasta mis huellas. Ahora me juzgan los cristales de mi pecho, ya no hay azules, todo es opaco… ¿acaso fuimos vencidos?, ¿acaso soy el derrotado? otra vez vuelvo a sentirme frágil, intercambiable.

-Y no sonrías, que para hacer de “malos” basta con el tiempo. ¡No sonrías te he dicho! No seas malcriada. ¡Basta, basta! No quiero escucharte más. ¡Que no entendés! estás jugando una carta demasiado peligrosa, estás jugando conmigo, no te rías… no te vayas.-

-Está bien, si, está bien… tú lo haz querido así, desde ahora somos enemigos. Pelearé por vos y contra vos… y contra todos. Bravos son los que nunca aflojan. Y esto: esto no será más que un duelo de maldecidos-.

jueves, 22 de octubre de 2009

Mujer al agua

“Hombre al agua” – gritaba yo, mientras una joven muchacha, de unos 23 años, se arrojaba desde un puente a las aguas del río.

Desde los jardines en la rivera había estado observándola largo rato. Llegó a eso de las 10 de la mañana, caminó por el puente en dirección al sur, y a mitad de éste se detuvo de frente al inmenso cristal azul que la sostenía.
Pude ver que lloraba. Pude ver las lágrimas recorrer su rostro pálido e ir a parar al río, haciéndose unas con las olas. Observé como sus dos piernas frágiles se alzaron por sobre la baranda del puente. Pude ver que dudaba, no estaba segura, pero estaba ahí y tenía que hacerlo. Y antes de saltar miró al cielo, creo que buscaba un ángel, una salvación, y se soltó. Su cuerpo en el aire dibujó una silueta rosada, el sol le dio justo en la frente y en el instante de estrellarse contra el abismo azulado cerró los ojos. Yo creo que no quería ser testigo de su propia muerte.

- “Se ahoga, no sabe nadar, se ahoga” - y mi voz iba elevando el tono a medida que el cuerpo de la muchacha se hundía entre las aguas del Sena. Todos alrededor me observaban como si estuviera loco, los ojos de la gente acusaban una mezcla rara de desprecio y miedo, por mí. Nadie ayudaba a la joven que se ahogaba. Todos se disponían a señalarme con el dedo. ¿Quién era yo? no importaba. ¿Quién era ella? alguien a quien había que salvar.

Y yo quería ayudarla y me acerqué a la orilla, pero mi incapacidad no me permitía arrojarme al vacio. Sólo podía gritar. Pero ¿a quién? Ni en el cielo me escuchaban, había perdido la fe.
“Dios santo, alguien que rescate a la muchacha” - grité, como para probar que Dios existe, y unos señores de uniforme azul me sujetaron con fuerza por la espalda, y casi sin ofrecer resistencia me dejé subir a un camión blanco con una sirena que por ese entonces estaba apagada (había estado antes en ese lugar). - “te vamos a ayudar, cálmate - Me decían en un francés muy refinado dos señores ahora vestidos de blanco, yo nunca antes los había visto y les gritaba - “pero yo no soy quien necesita ayuda, la joven se ahoga, por favor sálvenla” - y a pesar de lo gentil que parecían, estos hombres que me llevaban dejaron a la muchacha ahogándose en el rio. No se hicieron eco de mis palabras. Yo había perdido la fe en Dios, ahora restaba el hombre.

Luego, encendieron la sirena del camión al que ellos llamaban ambulancia y con prisa se dirigieron al Hospital André-Mignot de Chesnay, en las afuera de Paris.

lunes, 5 de octubre de 2009

El toro o la Alondra

Soy la cicatriz abierta en el lado diestro del tiempo. Soy lo que va de las seis a las doce, y apenas si recuerdo cuan plateado puede verse un amanecer. Soy la cicatriz que abraza el costado amarillo del verano, allá por los finales de cualquier marzo.
Me han zurcido como a un muñeco viejo y mis heridas todavía sangran… escupen gárgaras, se ahogan, coagulan y vuelven a sangrar. Pero no importa, ¡que sangren! no pienso vivir demasiado, y sé que algún día daré muerte al amor y la mazmorra.
Ayer soñé que regresabas, que tus ojos topacios me alumbraban desde la puerta, y desperté. A veces quisiera no despertar… ¿para qué despertar? Si en sueños puedo controlar mi vida… si en sueños estás todavía conmigo.

Soy el escorpión que ha envenenado la copa de la que pronto beberá. Sí, beberé el veneno de mi propio cuerpo, pues sé bien que nunca moriré con causa en la ponzoña.
¿Hacia dónde apuntan las cicatrices? Marcan las 18.15 hs de un agosto, de un ocaso en el horizonte y de la noche al oeste… el silencio sugiere que es hora de despertar. Observo mis manos y el sol, el último sol del crepúsculo, realza lo traslucido de las uñas, la luna comienza a asomarse y enciende la luz de mi cuarto oscuro. Que difícil es verse en la oscuridad.
Espero a la noche para salir, no quiero que me vean desangrándome. Salgo del encierro al que me he condenado para verte. Oculto con ropas las huellas de mi miseria, disfrazo con anteojos y barba mi rostro corrompido, y te busco entre todas las caras que deambulan la noche, con insistencia te busco entre alimañas y sombras. Jamás te he visto manejarte en ese ambiente, pero sé que algún día caerás, o vendrás a rescatarme. Confío en eso.

Soy la cicatriz abierta en el lado diestro del tiempo, de mi tiempo, y va siendo hora de dejarlo correr, para que en su corrida lo arrase todo. ¿Seré un toro de San Fermín o una Alondra en vuelo? No lo sé… por lo pronto, mañana amaneceré temprano para ver las primeras luces de un día de resurgimientos.

lunes, 21 de septiembre de 2009

El hombre de paja

Soy el espantapájaros, si… soy “el” por que a diferencia de los demás me he librado de la estaca y puedo espantar a los cuervos que se posan en mis hombros, que picotean sin piedad mis ojos, que quieren verme desangrar. Puedo ahuyentarlos y correr libre por la pradera.
Mis manos esperan yertas ¡son tantos los hechos que el tiempo no borrara!... Ojos abdicados desde lo alto de mi cabeza observan tu rostro ¡cuan lejos estas de mí, cuan lejos!... mis días son un abanico y el viento se cuela entre los dedos de ramaje y papel, todo es permeable en este cuerpo mutilado.
Y ahora camino, pues volar no puedo, aunque todavía no encuentro esa forma ideal camino… no sé en que momento seré la sombra de mí maniquí, no sé en que momento seré por fin uno mismo, ni cual de los dos estados vendrá primero, ¿Hay modo de saberlo? Lo dudo… es tan cruel la ausencia como el auto-engaño.
La luz me golpea justo en la nuca y su calidez escapa rapidamente de mí… es la luna que se despide, me dice adiós o hasta mañana, según lo bien que hayamos pasado la noche… es otra luna, es otra luna, es otra luna que se va…
En cinco minutos regirá el amanecer… el sol traerá a las calles las multitudes, las casas vacías oscilaran al borde del abismo, un niño llorará en los brazos de su niñera y a dos cuadras de mi casa el tren pasará arrojando cuerpos por las ventanillas… pero para ese entonces ya me habré dormido, a favor de la corriente a la cual nunca me interesó molestar.

Soy el espantapájaros, un hombre hecho en paja y bolsas de estopa… Soy el espantapájaros que aun no encuentra su forma ideal (su ser visible)… y que con mascaras disfraza la verdad…

El viento sopla a favor esta vez, ¿será tiempo de echar a volar?

sábado, 12 de septiembre de 2009

La ruptura: 3ª parte: siete días antes… el llamado.

Llamado telefónico.
Matías – Hola.
Romina – Hola Matí, ¿Cómo estas?
Matías – Hola Romí. Necesito verte, te amo.
Romina – Si, por eso te llamaba, yo también quiero que nos veamos.
Matías – Bueno, te busco en un rato por lo de Ana.
Romina – No, espera. Quiero que nos veamos el próximo viernes. Yo voy a pasar por nuestro departamento después de trabajar.
Matías - ¿El viernes? Faltan 6 días.
Romina – Si Matías, el viernes, antes no puedo, no estoy bien.
Matías – Bueno, el viernes venís entonces.
Romina – Si, el viernes a las 18.30 hs estoy ahí, pero hasta el viernes te pido que no me llames. Necesito estar tranquila y últimamente, cada vez que hablamos, las cosas se van a la mierda y siempre término llorando desconsolada y sintiéndome una pelotuda.
Matías - ¿Y yo soy el culpable de eso? Si te sentís así es por que algo estás haciendo mal.
Romina – Esto es lo que no quiero: reproches. Por favor, haceme caso, esta semana no hablemos, el viernes hablamos de todo lo que quieras.
Matías – Esta bien, pero me parece algo egoísta de tu parte.
Romina – Si Matías, lo sé, pero no me llames.
Matías – Ok, nos vemos el viernes.
Romina – Beso.
Matías – Beso… te… – y el teléfono enmudeció al mismo tiempo que las palabras “te quiero” se escurrían por entre el aire que aspiraba el balcón del departamento.

Matías pensaba… “Me va a dejar, ya no hay vuelta atrás. No me quiere mas, eso está claro. ¿Qué voy a hacer? Ya no le importa si me corto las venas o si me tiro de la terraza, no le importa nada de mí. Solo es ella, solo piensa en estar bien ella; ¿y yo? ¡Que reviente! Eso debe estar pensando ahora.”
Romina, con la mano apoyada en el teléfono que acababa de colgar, sentía otra vez el alivió de escuchar su voz y saberlo con vida. Pensaba en que tenía mucho que pensar… “¿lo quiero o temo que se haga daño si lo dejo? No lo sé, creo que todavía lo quiero, pero no estoy segura de si quiero volver con él.”

Ana - Y, ¿que te dijo?
Romina – Que hasta el viernes me va a dejar en paz.
Ana – Esperemos, por el bien de todos, que cumpla.
Romina – Si, esperemos que cumpla.

Y se produjo un silencio desconfiado entre las dos amigas. Ana desconfiaba de que Matías cumpliera su promesa. Romina desconfiaba de la desconfianza de Ana y quería creer en Matías por última vez… y entendía que había sido un error poner a Ana al medio de todo. Sentía que la relación se le estaba yendo de las manos y que era ella quién debía resolver los problemas… sin excusas, no más intermediarios, enfrentarlo ella y mirarlo a los ojos y por fin determinar si todavía latía la llama de su amor... si había salida para este laberinto.

Eso de autolastimarse, de tirar y tirar la cuerda de la relación, ¿hasta cuando iba a soportar sin cortarse?… hacía frio y sus corazones comenzaban a sentirlo…

sábado, 5 de septiembre de 2009

La ruptura: 2ª parte: diez días antes… la distancia.

En un café de la zona de Congreso…
Matías – Hola Ana, ¿como estas?
Ana – Hola Matí, bien ¿y vos?
Matías – Bien.
Ana – Matías, Romí no está bien. Te pidió un tiempo y no la dejaste en paz ni un solo día de las dos semanas, ¿Qué te pasa?
Matías – Es que yo la amo y no puedo estar sin ella.
Ana – Ella también te ama, pero la estás haciendo mierda.
Matías – ¿Por qué no vino ella?
Ana – Por que no quiere verte.
Matías – Y si me ama, ¿Por qué no quiere verme?
Ana – Matías, por favor, pensá lo que estás diciendo. La estás volviendo loca, la llamás, la fuiste a buscar cuatro veces cuando habían acordado no verse. Le hiciste escenas de celos en medio de la calle. Yo no entiendo que te pasa, la estás perdiendo.
Matías – No me pasa nada. Solo quiero que venga ella a verme, la necesito.
Ana – Mientras no depongas esa actitud eso es imposible.
Matías – Decile que la necesito, que la amo.
Ana – Está bien, se lo voy a decir, pero no te aseguro que quiera volver a verte.

Y hablaron luego veinte minutos mas… de su trabajo, del tiempo que hacia que se conocían, se rieron, pero muy poco… la palabras se cruzaron en medio de la confusión y el nerviosismo reinante, ninguno de los dos entendía el papel que debía jugar (él por que estaba destrozado… ella por que nunca supo como enfrentar la situación en la que se encontraba ahora sumergida)… se vieron siempre dominados por el deseo (o la ansiedad) de irse lo antes posible del lugar.
Ana - Bueno, me voy, se me hizo tarde. Chau Matías.
Matías – Chau.
Se dieron un beso y Ana se fue… y Matías, quién momentos antes fuera el mas apresurado por irse, se quedó un rato mas en el bar mirando por a través del cristal sucio que daba a la calle sin pensar en nada mas que en Romina.

En el departamento de Ana…
Romina - ¿Qué te dijo?
Ana – Está desesperado, nunca había visto a un hombre así. Tenía los ojos desencajados como si no hubiera dormido en días, cuando hablaba parecía agonizar. Me fui del bar con una sensación de vacio irreproducible asomándome por el pecho. Está desquiciado, no creo que sea bueno que vayas a verlo.
Romina – Entonces: ¿quiere verme?
Ana – Si, me pidió que te dijera que te ama y que quería verte.
Romina – ¿Tan mal lo viste?
Ana – Si Romí, estaba destruido, nunca vi algo así. No coordinaba ningún pensamiento, estaba confundido, hundido en un laberinto. Huía en todo momento, estaba contrariado… él, que siempre sale airoso de cualquier situación incomoda. No sabes lo que era, es una pena verlo en ese estado.
Romina – Será mejor que vaya a verlo.
Ana – No, no vayas, tengo miedo por vos. No me pareció que estuviera en el total uso de sus facultades mentales… y en ese estado el ser humano es capaz de hacer cualquier cosa. Vos sos psicóloga, lo sabés bien. Lo mejor será que no lo veas por algún tiempo.
Romina – ¿Y si cumple con sus amenazas?, ¿y si se mata?
Ana – No creo que vaya a hacer nada de eso. Esta mal, pero nunca tuvo tendencias suicidas.
Romina – Ana, son seis años juntos, no puedo no preocuparme. No puedo dejarlo solo.
Ana – Es que no me parece que verlo sea la mejor forma de ayudarlo. Tiene que aprender a no tenerte. Lo acostumbraste a volver siempre, por eso se está comportando así.
Romina – Pero no puedo, es más fuerte que yo, tengo que ir a verlo.
Ana – Llámalo, acordá un encuentro para dentro de una semana, prométele que vas a ir, pero que él se comprometa a no molestarte durante todo ese tiempo… y ahí ves si es capaz de cumplir sus promesas. Si es capaz de eso, existen posibilidades de que cambie, si no cumple va a ser mejor que comiences a olvidarlo.
Romina – Si, tenés razón. Voy a llamarlo.

Y Romina se resistió a correr hacia él, aunque a decir verdad quería hacerlo. Esa noche no pegó un ojo. Se acostó de frente a la ventana de un noveno piso que dejaba ver por entre las cortinas un cielo estrellado como paisaje dominante. Intentó encontrar en las miles de constelaciones alguna explicación... no sabía que estaba buscando.
Cuanta falta le hacía en este momento su cajoncito de primeros auxilios… su manual de prácticas de convivencia básicas para pacientes con síntomas de desesperación y abandono anunciado, futuros divorciados a no ser por su intervención sanadora.
“…Adonde han ido a parar Freud, Jung y tantos otros psicólogos destacados en el momento en que uno quiere servirse de ellos para uno mismo y no para obtener un lucro… si ahora ella era la que estaba pidiendo auxilio, ¿por que todo en derredor era silencios?…” pensaba mientras se enroscaba triste en las sabanas blancas.
Fue así que, con los ojos mojados, Romina pasó la noche en vela pensando en Matías, que se encontraba a escasos 20 minutos en colectivo también mirando por la ventana de la sala de estar a las estrellas semidormido sobre su tablero de dibujo.

domingo, 30 de agosto de 2009

La ruptura. 1ª parte: un mes antes…

Matías, esto no puede seguir así, hay cosas que tienen que cambiar. Hace tres meses que no pasamos un día en paz, me están cansando tantas discusiones, la falta de comunicación, los celos… ya ni siquiera hacemos el amor, nos acostamos como dos desconocidos, cada uno a un lado. Matías, escúchame, deja de hacer esos garabatos y mírame, no puedo mas con todo esto – dijo Romina.
Matías la miraba sin interés, como si no hubiera escuchado ninguna de las palabras arrancadas con rabia de aquella boca frente a él… y siguió dibujando en su tablero como si estuviera solo.
Ella pegó un portazo y se fue a la calle. Estaba cansada, se la veía agotada, con ojeras interminables, ya no quería cinchar sola. Se sentía arrinconada y temía no encontrar una salida del pozo en el que se estaba hundiendo la pareja.

Romina caminaba en la calle… “Ya no le importo, ni siquiera me escucha. Solo piensa en él, y está bien, pero que deje las cosas claras, que no amenace con matarse cada vez que lo quiero dejar… y menos, si cuando decido seguir con él no me mira, no me escucha, no me toca… y estoy ahí para él, pero es como si no estuviera, lo mismo que una estatua sin el menor indicio de vida, ni presente, ni pasada, ni futura, una estatua sin nombre ni voz. Que estúpida me siento, pero lo quiero y no quiero lastimarlo. Lo mejor será que nos tomemos un tiempo”

Matías en su tablero de dibujo… “tengo que terminar este diseño, la verdad que estoy cansado, pero tengo que terminar. En dos meses los inversores del proyecto quieren ver los planos y las maquetas de la ciudad fluvial y necesito convencerlos de que somos la mejor opción, la firma no puede perder otro proyecto de semejante envergadura y por algo confiaron en mí, es mí deber pagar por esa confianza, tengo que dar lo mejor de mi para este trabajo... ¿Que espera Romina que haga? No la entiendo. Me exige cosas que no puedo darle… pide y pide y yo no tengo eso que pide, no sé que es “eso que pide”… Si fuera más clara, en lugar de venirme con reproches incomprensibles, seguro nos llevaríamos mejor. Pero no quiero perderla. No sabría que hacer sin ella”

Por la noche en el departamento...
Matías - Romí, tenemos que hablar.
Romina – Si, es cierto, hay cosas que tenemos que cambiar. Así no podemos seguir.
Matías – Tenés razón, no podemos seguir discutiendo constantemente por estupideces.
Romina – Si, lo mejor será que nos tomemos un tiempo.
No- dijo Matías y su cara transformóse en un infierno.
No te pongas así, no vamos a cortar, solo nos tomamos dos semanas y cada uno piensa que es lo que está haciendo mal y si es capaz de cambiarlo – intento explicarle Romina.
Matías - No, no me gusta eso de tomarse un tiempo. Así no funcionan las cosas, las parejas tienen que superar los problemas conjuntamente y no cada una por su lado.
Romina – Matías, hace tres meses que estamos con eso ¿y que hemos logrado hasta ahora? Nada, seguimos igual que siempre, no damos pie con bola… nos peleamos todos los días.
Matías – ¿y que pensás, que estando lejos vamos a poder solucionar los problemas de la convivencia? Estás muy equivocada, solo vamos a ver desde afuera el problema… y sabés que ver desde fuera los problemas es lo mas fácil, pero no lo mejor para solucionarlos.
Romina – No pienso que podamos solucionar los problemas, pero si clarificar que es lo que nos pasa.
Matías – Ah, entonces es eso: no estás segura de lo que te pasa conmigo.
Romina – No Matías, yo te quiero, pero estando todo el día juntos no puedo comprender que es lo que nos está destruyendo. No puedo ver que es lo que hago mal.
Matías – Esta bien, si estás tan decidida a irte, ¿que puedo hacer yo para retenerte?
Romina – Son dos semanas Matías, no exageres, ni te pongas en victima.
Matías – Ah claro, olvidé que mi novia es la señorita frialdad…
Romina – Ves, así no podemos seguir. Estas cosas se tienen que terminar, de lo contrario van a terminar con nosotros.
Matías – Bueno, dos semanas. Me van a venir bien para terminar el trabajo que tengo. ¿Cuando te vas y adonde?
Romina – No sé, mañana creo… y voy a estar quedándome en lo de Ana.
Matías – ¿Y Ana sabe?
Romina – Sí, se lo dije hoy por la tarde.
Matías – Ok, si necesitas algo me llamas.
Romina – Si Matías, no te preocupes. Vos también llámame si necesitas algo, pero tratemos de no necesitarnos muy seguido durante estás dos semanas. Prométemelo.
Matías – Está bien, prometido. ¿Estás contenta?
Romina – Si, ¡gracias!

Matías siguió con sus dibujos, mientras Romina comenzaba a juntar sus cosas. Confiaba en que la decisión era la correcta y que el tiempo podía ayudarlos a superar sus problemas. Matías no pensaba lo mismo, pero se había propuesto aceptarlo y tomárselo con calma.
Esa noche hicieron el amor después de dos semanas sin tocarse, sin besarse siquiera. Romina se sintió viva y volvió a confiar en él. Lo llevó por sus brazos, lo caminó con sus labios morados y húmedos, se entregó cual recién casada en su noche de bodas. El sintió lo mismo de siempre, se dispuso como macho que era a cumplir una función, la penetró y lo hizo con fuerza, como si estuviera cobrándose una mala jugada, aunque a decir verdad disfrutó de hacer el amor con ella como en los viejos tiempos…

Continuará...

lunes, 24 de agosto de 2009

Pintando paredes

En una pared, y en mala letra, están pintados dos nombres, uno junto al otro… pero pronto se vendrán abajo o serán cubiertos por otros nombres, y lo saben ellos que son sus dueños… algo así como: “…Tinta sobre tinta con destino a ser borrada por papel de lija y una tercera mano de pintura…”
Quizá todo esto ocurriese al mismo tiempo que aquellos jóvenes estén amándose confundidos en una cama cansada y ruidosa, en un habitación marrón con borrones de humedad. En una pensión de La Boca, Palermo, Recoleta, Flores o cualquier cuarto de Buenos Aires, siempre que sean ellos los amantes incansables.
Pero un paredón, en fin, que luego se vendrá abajo y que al apagarse su corazón gritará purpureo - “¡Jacqueline! ¡Bruno!, no me abandonen, por ustedes he sido recordado en este barrio de mendigos y flores secas”- e intentará acudir a los restos de un amor que se estará hundiendo en una pecera de cristal pálido. A las ruinas de una revolución hormonal adolescente afectada por el tumultuoso devenir de la madurez. ¿Quién no ha soñado ser eternamente adolescente al menos para amarse?

El paredón estallará y se derrumbará cansado, sostenido solo por huellas de una relación que supo ser tan penetrante. Sabemos que así será.
Y como una fortaleza vencida e incendiada por el enemigo (en estos casos: los celos, el hartazgo, la estupidez, el encierro...) caerán en cuartos distantes las ropas de estos jóvenes desinteresados; y a ninguno le importará lo que el otro sienta, o quizá si, pero para ese entonces habrán aprendido ya el arte de tolerar hacerse daño, cualquiera fuera la forma de castigo. Y también para ese entonces habrán sacrificado al amor y su deseo ardiente cederá (seguramente haya cedido tiempo antes)… quedaran solo cenizas que el viento pronto esparcirá por los callejones húmedos del otoño.
Y ni la búsqueda entre los escombros de un “Bruno”, de una “Jacqueline” en fragmentos quebrados de ladrillos, ni el intentar rearmar el rompecabezas del recuerdo podrá avivar el apetito de las almas extraviadas, de los cuerpos estériles y abatidos. De estos dos bellos y acorralados jovencitos condenados a la distancia.

Quizá sea el paso del tiempo, la inconstancia… quizá la inmadurez (o la “madurez”)... quizá la falta de condimento o el exceso de éste... la verdad, no lo se. Pero como todas las edificaciones que no han sido bien cuidadas caen derruidas… cayó derruido también este paredón, por más base fuerte en que haya sido fundado; y arrancó de las tapias y veredas este amor que un barrio de Buenos Aires pronto olvidará.

sábado, 22 de agosto de 2009

Desenlace de un cuento sin final feliz

Ella que había permanecido en suntuoso silencio me miró; y por sus ojos bajó desbordado un huracán de agua y viento, que hubiera arrancado cualquier árbol de cuajo si se le hubiera cruzado por delante. Sonrió entristecida, como si amase a alguien y a pesar de eso estaba pronta a abandonarlo. Lo comprendí con resignación y aplomo.
Se levantó, me dio un beso (de esos que nunca se olvidan); y se fue corriendo a la calle.
Me quedé mirándola por la ventana, que justo daba al otro lado de la avenida, hasta que se perdió entre la multitud que esperaba en la senda peatonal la señal del semáforo para cruzar la calle.
Supe que lloraba cuando se fue, por que en mis labios quedaba aun el vestigio de la sal de unas lágrimas plateadas. De esas lágrimas de entereza que como los chaparrones de invierno golpean fuerte y en el centro del dolor de cualquier ser humano que es capaz de enamorarse y perderlo todo.

Algunos minutos después, abatido y aturdido, salí yo también del bar. El frio se hacia sentir en mis sienes cansadas, se colaba por los orificios de las botamangas de mi pantalón de gabardina, de mi pantalón de oficina cansado de caminar.
No andaba mucha gente en la calle. Era viernes y casi las 10 de la noche.
Bajé las escaleras del subterráneo como quién baja al infierno, tomándome del pasamano por si en un descuido tropezaba y me partía la frente en dos. ¿Qué dolor podría haberme provocado el golpe? Ninguno mayor al que ya acusaba mi pecho.
Tomé el subte y mientras viajaba mis 15 minutos hasta casa, cubríme el rostro con las manos y olvidado del entorno para el cual no existí nunca (ni quería existir ahora), lloré como un chiquillo sin su paleta de caramelo.

lunes, 17 de agosto de 2009

Retazo de un cuento sin final feliz

Nos encontrábamos como siempre a la salida del trabajo. Me esperaba en calle Florida entre Corrientes y Sarmiento, en medio de la gente que a esa hora se pasea por el lugar con destino a una casa, quizá la suya, quizá la de algún amante o la de nadie en particular. Alguna habitación vacía alquilada en un piso de quien sabe donde y a quien sabe quién.
Ella esperaba de píe frente a una librería que está ubicada por esa zona. Y la muchedumbre en derredor daba vueltas como en una calesita donde el calesitero ebrio y desganado olvidó detener la marcha del juego y entregar triunfante la sortija a una niña hermosa. Quizá solo esperaba que ella subiera a dar una vuelta para por fin detener la maquina monstruosa. No lo se. Ella podía provocar eso.
No era de esas chicas que acostumbran hablar demasiado. Quien la conociera a simple vista pensaría en una mente compleja y enredada, quién se acercase para hablarle lo hubiera confirmado. No era de esos amores implacables y contundentes que duran 10 horas menos que un mes. Era de esos que se prenden cual sanguijuela a la piel del alma desnuda y la absorben y la apropian; y la destrozan si te dejan. De esos que compran un lugar privilegiado en el recuerdo y lo pagan con un solo beso.
Su respirar era austero y silencioso, su voz la melodía que hubiera vuelto loco a cualquiera. Y yo volvíme loco, tan loco que creíme cuerdo, que creíme capaz de amarla y de poseerla al mismo tiempo. ¿Por qué iba a ser distinto conmigo?
Solíamos ir casi todos los viernes a tomar un café y hablar de “cosas de la vida” por así decirlo. Contarnos nuestros sueños, nuestros temores, nuestras excusas, mirarnos un rato esquivándonos la mirada; y después cada uno a su casa. Yo a la línea D de subte y ella a la A. Casi siempre la misma rutina, el mismo bar, excepto una ocasión que cambiamos, para luego retornar convencidos de que ese bar, el de siempre, era más cómodo, aunque cerrase temprano. Aunque nos despidiéramos 20 minutos antes. “… Aunque hubiera preferido llevarte a mi casa y encarcelarte, atarte a mi cama, para no verte alejándote entre la gente...” Pero tenía que conservar la cordura. Ser un caballero que no entrega su amor si no se lo piden. Continuara...


"...Una nota dedicatoria para alguien que no merece ser descripta por su belleza física, sino por el efecto que es capaz de provocar en los demás y en mí particularmente... Un hasta luego, devenido en hasta siempre para dramatizar el veredicto...
Desde la casa de mis orígenes, desde un pueblo ya alejado de mi vida, desde las 3 de la mañana de una noche desnuda y sin conciliar el sueño... No lo tomes a mal, hasta luego, voy a discutirte con mi almohada durante un tiempo, y quizá no tenga humor para mirarme a los ojos por esta dictadura del insomnio..."

sábado, 15 de agosto de 2009

Un tipo difícil

Salíamos de su casa a las 4 a.m. Sole había bajado a abrirnos. Nos habíamos reunido un grupo de amigos a cenar y a tomar unas cervezas. A hablar de cualquier cosa.
Fuimos hasta la esquina de Humahuca y Medrano, en el barrio de Almagro, para tomar un taxi. Martin venia conmigo. La idea era dejarlo en su casa e irme a dormir rápidamente.
Tomamos por Medrano en dirección a Rivadavia, donde él se bajaba. Durante el viaje, Martin, en un ultimo intento por no dejar pasar la noche sin “el levante”, me dice “¿Vamos a Kimia?” un bar de la zona de Palermo donde un amigo suyo estaba con la novia y unas amigas.
Le contesto esquivando la invitación “No, mañana tengo que levantarme temprano para viajar a Entre Ríos”.
Y para no ceder argumenta, buscando convencerme, “En el bar está un amigo con la novia y algunas amigas de ella… dos están buenas seguro”
Me sonrío por la treta usada, pero siéndole sincero vuelvo a decirle “en esta te abandono, mañana tengo que levantarme temprano” y continuamos el viaje.
Una vez que lo dejamos, le dije al taxista que me llevara hasta Anchorena y Mansilla, de ahí tenía media cuadra hasta mi casa. Y así fue.
Como de costumbre, entro a mi departamento a oscuras o a media luz, según si me acuerdo de encender las luces del pasillo o no. Cierro la puerta, dejo las llaves; y escucho un ruido. Enciendo la luz para ver de qué se trataba y ahí estaba ella. Hacia dos semanas que no daba señales de vida, y ahora ahí estaba, como si nada, abriendo los ojos con dificultad, por que le molestaba la luz recién encendida. Confieso que me gustaba hacerle ese tipo de daño, causarle esa clase de molestias insignificantes me divertía.
Sin sorpresa, puesto que ella me tenía acostumbrado a esas apariciones repentinas, le dije:
“Hola, ¿Cómo estas? Mucho tiempo sin vernos”. El sarcasmo de mi saludo no le agrado demasiado, pero lo soportó, y me contestó:
“Yo bien, ¿Vos? Tenia ganas de verte, por eso vine sin avisarte” –
“Esta bien” - le dije y me acerque a ella.
Acostumbrado a no pedirle nada. A que nuestro trato se basara en la escasez de palabras, la abracé y comencé a besarla. Unos minutos después la tenía desnuda sobre mi cama y recorría todo su cuerpo con mis labios húmedos.
A ella le gustaba que juegue entre sus piernas, que camine sus extensiones como lugares inhóspitos, cuidándome a cada paso de mi lengua. Le gustaba que los líquidos de su boca y la mía se confundieran en sus pechos, en su vientre, en mi cuello, en nuestros sexos… Todos estos años habíamos adquirido la costumbre del buen amar.
Entonces, la tomé con fuerza por los brazos, y mientras hundía mi cuerpo en su humanidad con firmeza y dulzura (en una combinación propia de dos personas que se conocen muy bien), le pedí que me dijera lo que había venido a decirme. Sonriendo de placer y con los ojos encendidos cual faro a la espera de un barco y su tripulación me dijo “Te amo”.

Al arrancarme de ella y todavía abrazados, la miré a los ojos que podían distinguirse aun en la oscuridad, y sin hacer gestos innecesarios, le acaricié la mejilla izquierda y volví a besarla con dulzura. Ella supo que yo también la amaba, pero que no era un tipo fácil. Que era de esos que no hablan demasiado.

viernes, 14 de agosto de 2009

Dos minutos después… nada

No recuerdo ahora cuando fue la última vez que recibí uno de esos sacudones que ponen toda mi estructura de pensamiento en un estado de alerta. No recuerdo bien ese golpe de impacto, dado en medio de la nuca, para el cual es inevitable un cambio; y no de forma, sino de fondo.
Suelo pensar que estar libre de ellos es buen augurio, o como quien dice “señal de que las cosas marchan bien”, pero hay veces, y nose si es que mi cabecita sea enmarañada y siempre me salga con algo raro, en que siento que su ausencia es como un contra impacto, pero con un mismo efecto: la terrible duda sobre uno mismo y la necesidad de dar un vuelco con ciertas rutinas desgastantes.

Lo primero que pienso en estos casos es:” ¿Por donde empiezo?” Y llamo a un amigo para tomar una cerveza.
Al día siguiente estoy parado en el mismo lugar “¿por donde empiezo?” y con mi amigo bebimos mas de la cuenta, salimos de jarana y mi estado a las 11 de la mañana es deplorable.
Una vez que resuelvo esta primera duda (siempre empiezo por lo más a mano, y creo que esto es un mal social), se suceden otras: ¿Adonde quiero llegar? ¿Es necesario pasar por esto? Maldito el día que elegí ser Contador ¿Quién me mando?, y otras tantas cuestiones que lo hacen a uno lo que es, o lo que se anima a ser.
Es claro, al menos para mí, que todas las dudas tienen respuestas, aunque yo a veces deje algunas inciertas por cuestiones de tiempo o, sencillamente, por que me gusta quedarme siempre un pasito debajo de la certeza y jugar a ser y no ser algo.

Ahora bien, cuando el desequilibrio no viene en un golpe seco y contundente, sino que se va manifestando suavemente en nuestra piel, en nuestro aliento, en nuestras voces, de manera casi imperceptible, es ahí cuando realmente hace daño. Y es ese tipo de golpe que nos tiene bien calado, puesto que sabe donde nos va a abofetear.
Es en ese entonces cuando la estructura de cartón, que tan solida parecía, comienza a tambalearse y da por caer al suelo, o es arrastrada rio abajo por una fuerte corriente de llanto. Y se renuevan las dudas con más y más frecuencia, como más y más violencia, con más y más intensidad, con menos respuestas.
Y pienso nuevamente “¿Por donde empiezo?” y ya no llamo a mi amigo, por que me reconozco ahogado y no tengo ganas de verlo, y sin embargo bebo como un condenado para esquivar a la maldita razón que me acecha, que me cuestiona, que me rebaja, que me inutiliza. Y bebo una copa tras otra hasta caerme desmayado sobre la cama (único modo de conciliar el sueño).

Aunque hay veces, sobre todo en el despabile de la mañana siguiente, en que le digo al oído, suavemente, como contándole un secreto, “¿no será mejor dejar que el cambio suceda y ya?”
Algunas horas después, retomo mi pensamiento con la botella de ginebra en la mano, la cara agria y desterrada; y tres años reservados para cumplir la condena que me impondrán en el juicio de mis actos deshonestos.

Solo dos veces sentí el cálido roce de la luna en mi cuello; y las dos veces sonreí… Dos minutos después de la borrachera… nada recuerdo de mis tiempos felices.

lunes, 10 de agosto de 2009

Sublevación

Gobernado por rastros de relaciones frustradas e inútiles. Ahogado por el simple pretexto de no tener una solida razón para no arrancarme de un tirón las venas. Para no desángrame, para no vaciarme en la bañera desnuda de mi departamento. Para no asustar a papi y mami con mis complejos enroques y mis malas jugadas. Con mis achaques de gente sensible, con mi basura sentimental (dirían los idiotas), con mi razón galopante. Así me encontraba yo, en medio de la turba enfurecida de mis pensamientos desperdigados por todos los rincones de mi cabeza; y así vivía.
Sonaba el teléfono y atendía. Un editor, un maldito de una editorial cualquiera ofreciéndome una nueva edición de mi última novela. Enseñándome los beneficios de trabajar con ellos. Ofreciéndome cifras mas altas y mas arrastradas que las anteriores.
Colgaba con la sensación de estar arrojando diamantes a los cerdos; pero no me importaba, necesitaba el dinero. Todos necesitamos el dinero. Todos queremos poseer.
Volvía a mi vida, a las migajas de vida que tenía. Era famoso, mi nombre aparecería en letras grandes y de colores en todas las librerías del país, en todos los puestos de las ferias. Todos querían leer las notas prohibidas de un autor brillante. De un enfermo silencioso, de las ultimas gotas del desangre.
Y juraba a dioses distantes y fríos dejar mis adicciones, pero todo era en vano, me consumía y los vicios me mantenían vivo. Pasaba noches enteras tirado desnudo en la sala de mi departamento, rodeado de alcohol, drogas, putas sin nombres, amigos de vidrio, frágil e intercambiable.
El éxito se le subió a la cabeza – Decían algunos.
Que poco sabían sus pobres mentes de mí. Cuan lejos estaba yo de concebir mi propio éxito, cuan lejos estaba yo de asumir mi prestigio literario. Solo vivía, perdido y sin fuerzas, en una ciudad plagada de paredes de concreto interminables. En un encierro que pocos podrían entender.
Buscando aquel refugio que me mantuviera alejado del constante ir y venir de muecas vacías, de los adornos sin sentido, de los adulones que pululan por doquier. Buscaba el resguardo de un rio fluyendo, de la naturaleza de unas manos pálidas que me acobijaran del frío de la negra nostalgia. De esta falta de valor, de este no poder quitarme con una simple detonación la vida. Buscaba un refugio que me protegiera de lo que me habían enseñado a amar.
Me habían enseñado a amar lo frágil, lo insignificante. Me habían enseñado a odiarte. Me obligaban a odiarte; y yo solo podía amarte, no sabía hacer otra cosa.
Buscaba el resguardo del incienso, ese narcótico que me mantuviera a raya, que me hiciera de repente olvidarte. Pero no pude hacerlo; y lo deje todo. Arranqué las puertas de los muebles, rasgué con mis uñas las paredes del infierno que había sido mi casa todos esos años; y salí. Corrí, desesperado y aullando como una bestia. Absorbiendo a mí paso las almas más oscuras, los pensamientos mas errados, las bagatelas de una noche desnuda y asquerosa.
Y huí sin resguardo, huí para buscarte; y te sigo buscando ahora, voy corriendo a tu encuentro. Se que en algún lugar me esperas.

domingo, 2 de agosto de 2009

El descenso

Quise volar, encogí mis piernas y de un salto me vi remontando al viento. Mis manos se volvieron alas y se extendieron rápidamente en busca del cielo. Mi cuerpo se deslizó delicioso por el aire en una perspectiva sin sombras. Era bello, era eterno, era yo. Pero no medí la fuerza de mi salto, no pensé que podía jugarme en contra otra vez, y sin darme cuenta perdí el equilibrio, me vi cayendo sin escalas, sin remedio a una abismo de cemento. Y lo que momentos antes fueran alas se volvieron brazos desnudos y tiesos en el descenso.
Ahora me queda recoger mis huesos rotos, rearmarlos y comenzar un nuevo ascenso. Salir del pozo donde he caído.
No se cuan profundo es el abismo, ni tampoco el tiempo que me demande salir de aquí. Por lo pronto, solo quiero dormir unas horas más los domingos a la mañana y ya no despertarme a mitad de la noche pensando en vos.

Invierno

Hablaban como dos enamorados sumergidos uno en el otro, dispuestos a ahogar en cada palabra un pasado de llantos. Él la miraba, ella olvidaba que había sido triste algún día, y se hundía en sus ojos oceánicos y revolvía lo bello de las lágrimas que no se derramaron todavía.
Los dos eran jóvenes y errantes, él quizá un poco mas dócil, ella siempre revolucionaria. Eran dos estrellas en una mesa de café, en una banqueta de plaza, en un cordón de vereda, en donde fuera que estuvieran. “Siempre que estuvieren juntos serian estrellas” – Pensaba yo.
Sus charlas no tenían rumbos, sus vidas tenían un sentido. Eran el refugio. Eran la vida misma en su más bella concepción; y nada les importaba el entorno.
Nunca se acariciaron, nunca se dieron un beso en público. Pero yo se que él la amaba con locura y se que ella lo amaba también.
A pesar de eso, ayer la vi a ella, iba de la mano de otro chico. Nos cruzamos cara a cara (creo que no se acordaba de mi), y haciéndome el olvidadizo volví a pasar para reconocerla, y si, era ella, ya no tenía dudas; entonces me pregunte “¿Qué habrá sido de él?”
Hoy me desperté en medio de la noche, y me sorprendí soñando con ellos dos aun enamorados, y decidí darlos a conocer en esta historia. E ilusionarme con que la magia o alguna fuerza sobrenatural los haga recordarse tal cual eran en aquel invierno y vuelvan a encontrarse algun día para malgastar algunas horas mirándose. Solo mirándose.

viernes, 31 de julio de 2009

Conversación de café

Dijo él - La vida es una noche cerrada donde la luna nos enseña su rostro dos o tres veces nada mas (cuatro, si resultas ser un afortunado). Ojala pueda tu mirada percibir el resplandor que de ella emana. Su paz y su influjo sagrado. Lo que es yo, ya he cerrado mis ojos con hilos de lienzo bordado y con gotas de alquitrán.

Ella contesto - ¿Resignación o la quinta pata al gato? Me parece que solo estás buscando excusas.

Él la miró, dudo dos segundo y dijo – Todos los caminos llevan a Roma, se dice. Y si el final, es decir, si Roma es la desazón y tú ya te encuentras ahí, poco ha de importarte el camino por el que hayas llegado, y mucho aquel por el que vayas a salir.

Ella sonrió, quizá sin saber que él estaba perdido (pidiendo auxilio); y que su Roma lo tenía encadenado a una columna de cristal.

Él se dejo ir luego, con la terrible sensación de que jamás volverían a verse.

jueves, 30 de julio de 2009

El cóctel

Eran las dos de la mañana cuando ella llamó. Su voz en el teléfono lloriqueaba, se ahogaba. ¿Él? El estaba perdido. “Amor, ¿estas ahí? me equivoque, perdóname, no me dejes” mascullaba ella nerviosa; y el no entendía una palabra, su cabeza estaba destrozada; y por fin colgó.
Dos minutos más tarde rechinó en su habitación nuevamente el teléfono. Él, más arrinconado aun, atendió, pero no hablaba. Ella lloraba desesperaba. Amenazaba cortarse las venas. Juraba que lo haría si la dejaba. Él no entendía nada de lo que decía, pero accedió a que viniera, o al menos ella entendió eso.
Bajo corriendo las escaleras de su departamento a la calle, tomo un taxi y se dirigió a su casa empapada en llanto, aunque, a decir verdad, se hallaba un poco mas calma. “Si la dejaba volver a verlo, las cosas no estaban tan mal” - Pensaba.
Entró despacio, lo vio durmiendo, se acercó sigilosa, lo tomó en brazos, lo abrazó con la desazón de creer que esta podía ser la última vez que lo hicierá. Sintió su cuerpo helado y pálido, se desesperó, quiso medir su pulso, pero éste había desparecido. Encendió la luz y lo encontró vencido, cercado por un coctel de pastillas desparramadas en la cama y una botella de lo que horas antes fuera ginebra.
Gritó desesperada, pidió auxilio, aulló. Llegaron los vecinos, una ambulancia, enfermeros. Lo llevaron al hospital más cercano.
Subieron algunos pisos hasta la sala de cuidados especiales, le hicieron un lavaje de estomago, reanimación, pero nada resulto, ya era tarde.
Ella desquiciada comenzó a arrancarse la piel de los brazos con sus propias uñas. Dos enfermeras intentaron detenerla, la tomaron por los brazos con fuerza buscando tranquilizarla. Se escapó y corrió desesperada hasta la ventana más próxima; y al llegar frente a ella desapareció junto al aire que iniciaba su ingreso por las rendijas de metal y el desastre de cristales quebrados.

domingo, 26 de julio de 2009

Resignación (Conversación entre un alma libre y una moral colectivista)

Un sábado como cualquier otro, o no tanto, puesto que eran las 10 de la mañana, Leo se despierta en su departamento de Barrio Norte y enciende su computadora. Aburrido, comienza a buscar en páginas de internet espacios destinados al arte y la literatura, hasta que se topa con uno de esos lugares a los que se le hace inevitable querer entrar. Entonces entra entusiasmado, y pasados 30 minutos desde su ingreso; y al tiempo de dejar un comentario debajo del texto publicado, ocurre la siguiente discusión:

Moral colectivista (comentario) - No he leído todo lo que has publicado, pero me ha gustado mucho leerte, al menos en parte. Seguiré leyendo mas tarde, pues ahora tengo que cumplir otros compromisos.
Alma - ¿Qué?, ¿Qué dices? Por que voy a seguir mas tarde, si me gusta lo que estoy haciendo ahora. Quiero seguir leyendo las publicaciones, pues son muy lindas; y me atrapan y me arrastran por un pasillo oscuro. El pasillo que va directo a la antesala de un alma como la mía quizá. Como la de ella también, que llevo meses hurgándola. Un alma nueva que se una a nosotros en nuestro camino de emancipación.
Moral – Pero quedaste que a las 11 ibas a verlo a Pepe y son las 10:40.
Alma – Al demonio con Pepe. Encima me tuve que levantar temprano. Mejor sigo leyendo.
Moral – No, no está bien lo que queres hacer. Vas a desilusionar a Pepe. Él te está esperando. Le prometiste acompañarlo a comprarse una guitarra.
Alma – Puede ir solo, está bastante grandecito. Lo llamo y cancelo. No le miento. Le digo que me cruce con el retazo de un alma abierta y que quiero hurgar sus senderos. Quiero caminarlos, hacerme tierra con ellos. De todos modos, no lo entenderá.
Moral – Pepe es un buen amigo. Solo te fallo dos veces.
Alma – Jaja (risa irónica). Si es un buen amigo lo comprenderá.
Moral – Vamos, no seas egoísta. En la vida hay que ser civilizado y sacrificarse por los demás. “…Todos para uno y uno para todos…”
Alma - ¿Y cuando voy a ser el “uno” en la historia? Siempre me toca ser el “para todos”.
Moral – No empieces con tus reproches. Ya estas grande, tenes 26 años.
Alma – Uy no, empezó la hora de la pavada. No me vengas con estupideces. Llevo 6 años resignando mi vida a la de mis amigos / novias de turno, sometiéndola a ellos, ¿Por que hoy no puedo hacer lo que quiero?, ¿que me lo impide?
Moral – Mmm. No saltes con cosas raras.
Alma – No te hagas la boluda y contéstame. Sabes bien que no estoy hablando cosas raras. No me hagas quedar como una estúpida. Ya no me trago esos versos.
Moral – Bueno, Pepe te espera y mientras discutís conmigo se pasa la hora.
Alma – Si, se pasa la hora; es cierto, y todavía no me has dejado continuar con la lectura. Necesito paz. Ándate a dormir, después hablamos.
Moral – ¡No! Vamos a ir a buscar a Pepe.
Alma – Al demonio con Pepe. Me tenes harta. Sos una mentirosa, obsecuente e insidiosa. Tu único propósito es hacerme sentir culpa para que vaya a ver al estúpido de Pepe, quién en su vida haría algún sacrificio por nadie. Que lo va a hacer, si es un idiota.
Moral – No hables así de tus amigos. Ves que sos una mala persona. Una egoísta, egocéntrica, individualista, carroñera. Yo no soy la que te hace sentir culpa. La culpa la sentís vos por tu propia consciencia negra.
Alma – ¡Oh Cuanta diferencia hay entre la consciencia y la moral! Son la misma porquería.
Moral – Vamos a buscar a Pepe y punto.
Alma –No, yo voy a seguir leyendo…

Ring – Ring (suena un timbre)

Leo – Hola Pepe, ¿como estas?
Pepe - ¿Qué haces Leo? Llegaste a horario, buenísimo. Espérame un rato que ya bajo y vamos a comprar mi guitarra.
Leo – Ok, apúrate que tengo frio.
Pepe – Uh hace frio, espera que busque alguna campera entonces.

Leo piensa:
“…Estamos en invierno, lo lógico es que este frío el viento. Encima lo tengo que esperar. No entiendo a veces por que todavía le hablo. ¿Será que temo quedarme sin amigos?, ¿Y si me voy? Ya estoy acá, ya vine, ahora hay que bancársela…”

Pepe piensa:
“… ¿Que campera me pongo?...” Es inútil, Pepe no piensa.

(Adentro de Leo):
Alma – Siempre te salís con la tuya. ¿Cuando van a cambiar las cosas? Ya no lo soporto más.
Moral – Vamos, Vamos, no seas tan trágica. El compañerismo es lo esencial, la camaradería. Todas las demás satisfacciones se tienen que sacrificar por él, que es el máximo nivel de belleza y bondad social. Ya se te va a pasar ese capricho individualista.
Alma – ¿Quién determino los parámetros de los que hablas con tanta seguridad? No me importa, ya no quiero discutir contigo. Encima hace frio, siento que la piel se hiela. Decididamente Pepe es un estúpido. Para que pidió que llegásemos a las 11 en punto, si no pensaba estar listo para salir.
Moral – Ya te dije que no debes hablar así de tus amigos.
Alma – Al diablo contigo y con todos.
Moral – Individualista empedernida. ¡Que equivocada estás!

La Moral colectivista masculla palabras, habla entre dientes:
“…Que egoísta es esta alma, se cree muy superior a los demás. Es una pobre ingenua. Y la muy tonta y altanera ahí anda por la vida manejándose con caprichitos y ocurrencias poco practicas. Menos mal que siempre me salgo con la mía. Siempre convenzo a Leo de hacer lo que yo dicto. Él es sumiso y obediente a mis dictados por suerte…”

El alma piensa silenciosa
“…Que frio, como me gustaría estar tomando chocolate caliente en casa, leyendo las publicaciones de esa chica que no conozco, pero que puede ser un alma sensible, un alma de las nuestras. Como me puse al comenzar a leer sus párrafos, me estremecí, vibré, corrí, reí y lloré. Podría decirse que era un alma satisfecha. Y me veo ahora, aunque no quiero mirarme, adentro de este cuerpo helado, tiritando, esperando a alguien que no me importa, a alguien que no merece siquiera que lo espere dos minutos; y ya llevo 15. ¿Hasta cuando seré capaz de soportar esto?, ¿Vas a despertar algún día? A vos te hablo Leo, no te haga el tonto, no es necesario. Se que aun podes oírme…”

Los canibales

En las afueras de una aldea, más allá del barranco, sobre el rio de hielo; corría un borrego despavorido. Huía parece de la muerte, que con espadas sangrientas reclamaba su presencia. Todos estaban muertos, las cárceles abarrotadas de hierros, las chozas incendiadas, los lobos sueltos, casando a mansalva.

El niño huía. ¿Era el sobreviviente? ¿Era la carnada? Su herida iba dejando rastros, los lobos lo perseguían. ¿Dónde iba?

Nadie sabia de él, pues todos estaban muertos; y una jungla siniestra lo enfrentaba rabiosa. Corría alienado, desesperado, casi muerto; y más vivo que nadie, puesto que estaba solo. Él era la fruta, él era la salvación. ¿La salvación de que? Si ya no había nada, no quedaba pasado más que su recuerdo borroso, que se iba extinguiendo con la agonía.

El niño desaparecía y aparecía entre la espesura del bosque, corría. De pronto lo absorbía la tierra y lo devolvía enteramente vivo. Lo camuflaba y protegía del miedo, de los lobos hambrientos que lo perseguían.

Su madre muerta, su hermano, su padre, su tribu, todos muertos. Canibalismo salvaje, guerra de guerras. Crueles fieras, crueles almas asesinas, tan turbias como el infierno.
Y el niño huía inevitablemente hacia una trampa. Su propia trampa.

De pronto se detuvo, una luz lo alzo entre los matorrales, expulso su pecho al Divino, todo fue estruendo y grito. Nadie veía, los caníbales lobos quedaron ciegos, tan ciegos como sordos y tan sordos como muertos. ¿Había sido Dios? Dios no existía.
El niño huía sin pensar, y en su huída creyó estar muriendo, pero no se detuvo, corrió como si lo siguiese la muerte, corrió hasta lo enfermo.

Una vez que la luz desapareció, despertó. Sus ojos dieron el vuelco.
La aldea estaba a salvo, pero sintió el aroma del cierzo. Salió de su choza, corrió al bosque de los sueños, caníbales lobos preparaban el espectro; y con un grito de infiernos alertó a los guerreros.
Tomó su espada. El niño ya no era niño, era el rey guerrero. Alzó su mano al cielo y aulló, corrieron con él miles de perros sedientos. Los lobos retrocedieron.

“Caníbal te has enfrentado a tu propio veneno” - Gritó. Y con sus manos desangradas corrió, desenfrenado corrió y enterró la espada en el pecho del Dios enemigo. Gritó con la fuerza del viento, los lobos temblaron y enloquecieron; y murieron todos de miedo.

Soltó la espada y en su abismo murió con el pecho quieto. Nadie osó detenerlo. Caminó sin espantarse hasta el silencioso mar de los muertos.