domingo, 30 de agosto de 2009

La ruptura. 1ª parte: un mes antes…

Matías, esto no puede seguir así, hay cosas que tienen que cambiar. Hace tres meses que no pasamos un día en paz, me están cansando tantas discusiones, la falta de comunicación, los celos… ya ni siquiera hacemos el amor, nos acostamos como dos desconocidos, cada uno a un lado. Matías, escúchame, deja de hacer esos garabatos y mírame, no puedo mas con todo esto – dijo Romina.
Matías la miraba sin interés, como si no hubiera escuchado ninguna de las palabras arrancadas con rabia de aquella boca frente a él… y siguió dibujando en su tablero como si estuviera solo.
Ella pegó un portazo y se fue a la calle. Estaba cansada, se la veía agotada, con ojeras interminables, ya no quería cinchar sola. Se sentía arrinconada y temía no encontrar una salida del pozo en el que se estaba hundiendo la pareja.

Romina caminaba en la calle… “Ya no le importo, ni siquiera me escucha. Solo piensa en él, y está bien, pero que deje las cosas claras, que no amenace con matarse cada vez que lo quiero dejar… y menos, si cuando decido seguir con él no me mira, no me escucha, no me toca… y estoy ahí para él, pero es como si no estuviera, lo mismo que una estatua sin el menor indicio de vida, ni presente, ni pasada, ni futura, una estatua sin nombre ni voz. Que estúpida me siento, pero lo quiero y no quiero lastimarlo. Lo mejor será que nos tomemos un tiempo”

Matías en su tablero de dibujo… “tengo que terminar este diseño, la verdad que estoy cansado, pero tengo que terminar. En dos meses los inversores del proyecto quieren ver los planos y las maquetas de la ciudad fluvial y necesito convencerlos de que somos la mejor opción, la firma no puede perder otro proyecto de semejante envergadura y por algo confiaron en mí, es mí deber pagar por esa confianza, tengo que dar lo mejor de mi para este trabajo... ¿Que espera Romina que haga? No la entiendo. Me exige cosas que no puedo darle… pide y pide y yo no tengo eso que pide, no sé que es “eso que pide”… Si fuera más clara, en lugar de venirme con reproches incomprensibles, seguro nos llevaríamos mejor. Pero no quiero perderla. No sabría que hacer sin ella”

Por la noche en el departamento...
Matías - Romí, tenemos que hablar.
Romina – Si, es cierto, hay cosas que tenemos que cambiar. Así no podemos seguir.
Matías – Tenés razón, no podemos seguir discutiendo constantemente por estupideces.
Romina – Si, lo mejor será que nos tomemos un tiempo.
No- dijo Matías y su cara transformóse en un infierno.
No te pongas así, no vamos a cortar, solo nos tomamos dos semanas y cada uno piensa que es lo que está haciendo mal y si es capaz de cambiarlo – intento explicarle Romina.
Matías - No, no me gusta eso de tomarse un tiempo. Así no funcionan las cosas, las parejas tienen que superar los problemas conjuntamente y no cada una por su lado.
Romina – Matías, hace tres meses que estamos con eso ¿y que hemos logrado hasta ahora? Nada, seguimos igual que siempre, no damos pie con bola… nos peleamos todos los días.
Matías – ¿y que pensás, que estando lejos vamos a poder solucionar los problemas de la convivencia? Estás muy equivocada, solo vamos a ver desde afuera el problema… y sabés que ver desde fuera los problemas es lo mas fácil, pero no lo mejor para solucionarlos.
Romina – No pienso que podamos solucionar los problemas, pero si clarificar que es lo que nos pasa.
Matías – Ah, entonces es eso: no estás segura de lo que te pasa conmigo.
Romina – No Matías, yo te quiero, pero estando todo el día juntos no puedo comprender que es lo que nos está destruyendo. No puedo ver que es lo que hago mal.
Matías – Esta bien, si estás tan decidida a irte, ¿que puedo hacer yo para retenerte?
Romina – Son dos semanas Matías, no exageres, ni te pongas en victima.
Matías – Ah claro, olvidé que mi novia es la señorita frialdad…
Romina – Ves, así no podemos seguir. Estas cosas se tienen que terminar, de lo contrario van a terminar con nosotros.
Matías – Bueno, dos semanas. Me van a venir bien para terminar el trabajo que tengo. ¿Cuando te vas y adonde?
Romina – No sé, mañana creo… y voy a estar quedándome en lo de Ana.
Matías – ¿Y Ana sabe?
Romina – Sí, se lo dije hoy por la tarde.
Matías – Ok, si necesitas algo me llamas.
Romina – Si Matías, no te preocupes. Vos también llámame si necesitas algo, pero tratemos de no necesitarnos muy seguido durante estás dos semanas. Prométemelo.
Matías – Está bien, prometido. ¿Estás contenta?
Romina – Si, ¡gracias!

Matías siguió con sus dibujos, mientras Romina comenzaba a juntar sus cosas. Confiaba en que la decisión era la correcta y que el tiempo podía ayudarlos a superar sus problemas. Matías no pensaba lo mismo, pero se había propuesto aceptarlo y tomárselo con calma.
Esa noche hicieron el amor después de dos semanas sin tocarse, sin besarse siquiera. Romina se sintió viva y volvió a confiar en él. Lo llevó por sus brazos, lo caminó con sus labios morados y húmedos, se entregó cual recién casada en su noche de bodas. El sintió lo mismo de siempre, se dispuso como macho que era a cumplir una función, la penetró y lo hizo con fuerza, como si estuviera cobrándose una mala jugada, aunque a decir verdad disfrutó de hacer el amor con ella como en los viejos tiempos…

Continuará...

lunes, 24 de agosto de 2009

Pintando paredes

En una pared, y en mala letra, están pintados dos nombres, uno junto al otro… pero pronto se vendrán abajo o serán cubiertos por otros nombres, y lo saben ellos que son sus dueños… algo así como: “…Tinta sobre tinta con destino a ser borrada por papel de lija y una tercera mano de pintura…”
Quizá todo esto ocurriese al mismo tiempo que aquellos jóvenes estén amándose confundidos en una cama cansada y ruidosa, en un habitación marrón con borrones de humedad. En una pensión de La Boca, Palermo, Recoleta, Flores o cualquier cuarto de Buenos Aires, siempre que sean ellos los amantes incansables.
Pero un paredón, en fin, que luego se vendrá abajo y que al apagarse su corazón gritará purpureo - “¡Jacqueline! ¡Bruno!, no me abandonen, por ustedes he sido recordado en este barrio de mendigos y flores secas”- e intentará acudir a los restos de un amor que se estará hundiendo en una pecera de cristal pálido. A las ruinas de una revolución hormonal adolescente afectada por el tumultuoso devenir de la madurez. ¿Quién no ha soñado ser eternamente adolescente al menos para amarse?

El paredón estallará y se derrumbará cansado, sostenido solo por huellas de una relación que supo ser tan penetrante. Sabemos que así será.
Y como una fortaleza vencida e incendiada por el enemigo (en estos casos: los celos, el hartazgo, la estupidez, el encierro...) caerán en cuartos distantes las ropas de estos jóvenes desinteresados; y a ninguno le importará lo que el otro sienta, o quizá si, pero para ese entonces habrán aprendido ya el arte de tolerar hacerse daño, cualquiera fuera la forma de castigo. Y también para ese entonces habrán sacrificado al amor y su deseo ardiente cederá (seguramente haya cedido tiempo antes)… quedaran solo cenizas que el viento pronto esparcirá por los callejones húmedos del otoño.
Y ni la búsqueda entre los escombros de un “Bruno”, de una “Jacqueline” en fragmentos quebrados de ladrillos, ni el intentar rearmar el rompecabezas del recuerdo podrá avivar el apetito de las almas extraviadas, de los cuerpos estériles y abatidos. De estos dos bellos y acorralados jovencitos condenados a la distancia.

Quizá sea el paso del tiempo, la inconstancia… quizá la inmadurez (o la “madurez”)... quizá la falta de condimento o el exceso de éste... la verdad, no lo se. Pero como todas las edificaciones que no han sido bien cuidadas caen derruidas… cayó derruido también este paredón, por más base fuerte en que haya sido fundado; y arrancó de las tapias y veredas este amor que un barrio de Buenos Aires pronto olvidará.

sábado, 22 de agosto de 2009

Desenlace de un cuento sin final feliz

Ella que había permanecido en suntuoso silencio me miró; y por sus ojos bajó desbordado un huracán de agua y viento, que hubiera arrancado cualquier árbol de cuajo si se le hubiera cruzado por delante. Sonrió entristecida, como si amase a alguien y a pesar de eso estaba pronta a abandonarlo. Lo comprendí con resignación y aplomo.
Se levantó, me dio un beso (de esos que nunca se olvidan); y se fue corriendo a la calle.
Me quedé mirándola por la ventana, que justo daba al otro lado de la avenida, hasta que se perdió entre la multitud que esperaba en la senda peatonal la señal del semáforo para cruzar la calle.
Supe que lloraba cuando se fue, por que en mis labios quedaba aun el vestigio de la sal de unas lágrimas plateadas. De esas lágrimas de entereza que como los chaparrones de invierno golpean fuerte y en el centro del dolor de cualquier ser humano que es capaz de enamorarse y perderlo todo.

Algunos minutos después, abatido y aturdido, salí yo también del bar. El frio se hacia sentir en mis sienes cansadas, se colaba por los orificios de las botamangas de mi pantalón de gabardina, de mi pantalón de oficina cansado de caminar.
No andaba mucha gente en la calle. Era viernes y casi las 10 de la noche.
Bajé las escaleras del subterráneo como quién baja al infierno, tomándome del pasamano por si en un descuido tropezaba y me partía la frente en dos. ¿Qué dolor podría haberme provocado el golpe? Ninguno mayor al que ya acusaba mi pecho.
Tomé el subte y mientras viajaba mis 15 minutos hasta casa, cubríme el rostro con las manos y olvidado del entorno para el cual no existí nunca (ni quería existir ahora), lloré como un chiquillo sin su paleta de caramelo.

lunes, 17 de agosto de 2009

Retazo de un cuento sin final feliz

Nos encontrábamos como siempre a la salida del trabajo. Me esperaba en calle Florida entre Corrientes y Sarmiento, en medio de la gente que a esa hora se pasea por el lugar con destino a una casa, quizá la suya, quizá la de algún amante o la de nadie en particular. Alguna habitación vacía alquilada en un piso de quien sabe donde y a quien sabe quién.
Ella esperaba de píe frente a una librería que está ubicada por esa zona. Y la muchedumbre en derredor daba vueltas como en una calesita donde el calesitero ebrio y desganado olvidó detener la marcha del juego y entregar triunfante la sortija a una niña hermosa. Quizá solo esperaba que ella subiera a dar una vuelta para por fin detener la maquina monstruosa. No lo se. Ella podía provocar eso.
No era de esas chicas que acostumbran hablar demasiado. Quien la conociera a simple vista pensaría en una mente compleja y enredada, quién se acercase para hablarle lo hubiera confirmado. No era de esos amores implacables y contundentes que duran 10 horas menos que un mes. Era de esos que se prenden cual sanguijuela a la piel del alma desnuda y la absorben y la apropian; y la destrozan si te dejan. De esos que compran un lugar privilegiado en el recuerdo y lo pagan con un solo beso.
Su respirar era austero y silencioso, su voz la melodía que hubiera vuelto loco a cualquiera. Y yo volvíme loco, tan loco que creíme cuerdo, que creíme capaz de amarla y de poseerla al mismo tiempo. ¿Por qué iba a ser distinto conmigo?
Solíamos ir casi todos los viernes a tomar un café y hablar de “cosas de la vida” por así decirlo. Contarnos nuestros sueños, nuestros temores, nuestras excusas, mirarnos un rato esquivándonos la mirada; y después cada uno a su casa. Yo a la línea D de subte y ella a la A. Casi siempre la misma rutina, el mismo bar, excepto una ocasión que cambiamos, para luego retornar convencidos de que ese bar, el de siempre, era más cómodo, aunque cerrase temprano. Aunque nos despidiéramos 20 minutos antes. “… Aunque hubiera preferido llevarte a mi casa y encarcelarte, atarte a mi cama, para no verte alejándote entre la gente...” Pero tenía que conservar la cordura. Ser un caballero que no entrega su amor si no se lo piden. Continuara...


"...Una nota dedicatoria para alguien que no merece ser descripta por su belleza física, sino por el efecto que es capaz de provocar en los demás y en mí particularmente... Un hasta luego, devenido en hasta siempre para dramatizar el veredicto...
Desde la casa de mis orígenes, desde un pueblo ya alejado de mi vida, desde las 3 de la mañana de una noche desnuda y sin conciliar el sueño... No lo tomes a mal, hasta luego, voy a discutirte con mi almohada durante un tiempo, y quizá no tenga humor para mirarme a los ojos por esta dictadura del insomnio..."

sábado, 15 de agosto de 2009

Un tipo difícil

Salíamos de su casa a las 4 a.m. Sole había bajado a abrirnos. Nos habíamos reunido un grupo de amigos a cenar y a tomar unas cervezas. A hablar de cualquier cosa.
Fuimos hasta la esquina de Humahuca y Medrano, en el barrio de Almagro, para tomar un taxi. Martin venia conmigo. La idea era dejarlo en su casa e irme a dormir rápidamente.
Tomamos por Medrano en dirección a Rivadavia, donde él se bajaba. Durante el viaje, Martin, en un ultimo intento por no dejar pasar la noche sin “el levante”, me dice “¿Vamos a Kimia?” un bar de la zona de Palermo donde un amigo suyo estaba con la novia y unas amigas.
Le contesto esquivando la invitación “No, mañana tengo que levantarme temprano para viajar a Entre Ríos”.
Y para no ceder argumenta, buscando convencerme, “En el bar está un amigo con la novia y algunas amigas de ella… dos están buenas seguro”
Me sonrío por la treta usada, pero siéndole sincero vuelvo a decirle “en esta te abandono, mañana tengo que levantarme temprano” y continuamos el viaje.
Una vez que lo dejamos, le dije al taxista que me llevara hasta Anchorena y Mansilla, de ahí tenía media cuadra hasta mi casa. Y así fue.
Como de costumbre, entro a mi departamento a oscuras o a media luz, según si me acuerdo de encender las luces del pasillo o no. Cierro la puerta, dejo las llaves; y escucho un ruido. Enciendo la luz para ver de qué se trataba y ahí estaba ella. Hacia dos semanas que no daba señales de vida, y ahora ahí estaba, como si nada, abriendo los ojos con dificultad, por que le molestaba la luz recién encendida. Confieso que me gustaba hacerle ese tipo de daño, causarle esa clase de molestias insignificantes me divertía.
Sin sorpresa, puesto que ella me tenía acostumbrado a esas apariciones repentinas, le dije:
“Hola, ¿Cómo estas? Mucho tiempo sin vernos”. El sarcasmo de mi saludo no le agrado demasiado, pero lo soportó, y me contestó:
“Yo bien, ¿Vos? Tenia ganas de verte, por eso vine sin avisarte” –
“Esta bien” - le dije y me acerque a ella.
Acostumbrado a no pedirle nada. A que nuestro trato se basara en la escasez de palabras, la abracé y comencé a besarla. Unos minutos después la tenía desnuda sobre mi cama y recorría todo su cuerpo con mis labios húmedos.
A ella le gustaba que juegue entre sus piernas, que camine sus extensiones como lugares inhóspitos, cuidándome a cada paso de mi lengua. Le gustaba que los líquidos de su boca y la mía se confundieran en sus pechos, en su vientre, en mi cuello, en nuestros sexos… Todos estos años habíamos adquirido la costumbre del buen amar.
Entonces, la tomé con fuerza por los brazos, y mientras hundía mi cuerpo en su humanidad con firmeza y dulzura (en una combinación propia de dos personas que se conocen muy bien), le pedí que me dijera lo que había venido a decirme. Sonriendo de placer y con los ojos encendidos cual faro a la espera de un barco y su tripulación me dijo “Te amo”.

Al arrancarme de ella y todavía abrazados, la miré a los ojos que podían distinguirse aun en la oscuridad, y sin hacer gestos innecesarios, le acaricié la mejilla izquierda y volví a besarla con dulzura. Ella supo que yo también la amaba, pero que no era un tipo fácil. Que era de esos que no hablan demasiado.

viernes, 14 de agosto de 2009

Dos minutos después… nada

No recuerdo ahora cuando fue la última vez que recibí uno de esos sacudones que ponen toda mi estructura de pensamiento en un estado de alerta. No recuerdo bien ese golpe de impacto, dado en medio de la nuca, para el cual es inevitable un cambio; y no de forma, sino de fondo.
Suelo pensar que estar libre de ellos es buen augurio, o como quien dice “señal de que las cosas marchan bien”, pero hay veces, y nose si es que mi cabecita sea enmarañada y siempre me salga con algo raro, en que siento que su ausencia es como un contra impacto, pero con un mismo efecto: la terrible duda sobre uno mismo y la necesidad de dar un vuelco con ciertas rutinas desgastantes.

Lo primero que pienso en estos casos es:” ¿Por donde empiezo?” Y llamo a un amigo para tomar una cerveza.
Al día siguiente estoy parado en el mismo lugar “¿por donde empiezo?” y con mi amigo bebimos mas de la cuenta, salimos de jarana y mi estado a las 11 de la mañana es deplorable.
Una vez que resuelvo esta primera duda (siempre empiezo por lo más a mano, y creo que esto es un mal social), se suceden otras: ¿Adonde quiero llegar? ¿Es necesario pasar por esto? Maldito el día que elegí ser Contador ¿Quién me mando?, y otras tantas cuestiones que lo hacen a uno lo que es, o lo que se anima a ser.
Es claro, al menos para mí, que todas las dudas tienen respuestas, aunque yo a veces deje algunas inciertas por cuestiones de tiempo o, sencillamente, por que me gusta quedarme siempre un pasito debajo de la certeza y jugar a ser y no ser algo.

Ahora bien, cuando el desequilibrio no viene en un golpe seco y contundente, sino que se va manifestando suavemente en nuestra piel, en nuestro aliento, en nuestras voces, de manera casi imperceptible, es ahí cuando realmente hace daño. Y es ese tipo de golpe que nos tiene bien calado, puesto que sabe donde nos va a abofetear.
Es en ese entonces cuando la estructura de cartón, que tan solida parecía, comienza a tambalearse y da por caer al suelo, o es arrastrada rio abajo por una fuerte corriente de llanto. Y se renuevan las dudas con más y más frecuencia, como más y más violencia, con más y más intensidad, con menos respuestas.
Y pienso nuevamente “¿Por donde empiezo?” y ya no llamo a mi amigo, por que me reconozco ahogado y no tengo ganas de verlo, y sin embargo bebo como un condenado para esquivar a la maldita razón que me acecha, que me cuestiona, que me rebaja, que me inutiliza. Y bebo una copa tras otra hasta caerme desmayado sobre la cama (único modo de conciliar el sueño).

Aunque hay veces, sobre todo en el despabile de la mañana siguiente, en que le digo al oído, suavemente, como contándole un secreto, “¿no será mejor dejar que el cambio suceda y ya?”
Algunas horas después, retomo mi pensamiento con la botella de ginebra en la mano, la cara agria y desterrada; y tres años reservados para cumplir la condena que me impondrán en el juicio de mis actos deshonestos.

Solo dos veces sentí el cálido roce de la luna en mi cuello; y las dos veces sonreí… Dos minutos después de la borrachera… nada recuerdo de mis tiempos felices.

lunes, 10 de agosto de 2009

Sublevación

Gobernado por rastros de relaciones frustradas e inútiles. Ahogado por el simple pretexto de no tener una solida razón para no arrancarme de un tirón las venas. Para no desángrame, para no vaciarme en la bañera desnuda de mi departamento. Para no asustar a papi y mami con mis complejos enroques y mis malas jugadas. Con mis achaques de gente sensible, con mi basura sentimental (dirían los idiotas), con mi razón galopante. Así me encontraba yo, en medio de la turba enfurecida de mis pensamientos desperdigados por todos los rincones de mi cabeza; y así vivía.
Sonaba el teléfono y atendía. Un editor, un maldito de una editorial cualquiera ofreciéndome una nueva edición de mi última novela. Enseñándome los beneficios de trabajar con ellos. Ofreciéndome cifras mas altas y mas arrastradas que las anteriores.
Colgaba con la sensación de estar arrojando diamantes a los cerdos; pero no me importaba, necesitaba el dinero. Todos necesitamos el dinero. Todos queremos poseer.
Volvía a mi vida, a las migajas de vida que tenía. Era famoso, mi nombre aparecería en letras grandes y de colores en todas las librerías del país, en todos los puestos de las ferias. Todos querían leer las notas prohibidas de un autor brillante. De un enfermo silencioso, de las ultimas gotas del desangre.
Y juraba a dioses distantes y fríos dejar mis adicciones, pero todo era en vano, me consumía y los vicios me mantenían vivo. Pasaba noches enteras tirado desnudo en la sala de mi departamento, rodeado de alcohol, drogas, putas sin nombres, amigos de vidrio, frágil e intercambiable.
El éxito se le subió a la cabeza – Decían algunos.
Que poco sabían sus pobres mentes de mí. Cuan lejos estaba yo de concebir mi propio éxito, cuan lejos estaba yo de asumir mi prestigio literario. Solo vivía, perdido y sin fuerzas, en una ciudad plagada de paredes de concreto interminables. En un encierro que pocos podrían entender.
Buscando aquel refugio que me mantuviera alejado del constante ir y venir de muecas vacías, de los adornos sin sentido, de los adulones que pululan por doquier. Buscaba el resguardo de un rio fluyendo, de la naturaleza de unas manos pálidas que me acobijaran del frío de la negra nostalgia. De esta falta de valor, de este no poder quitarme con una simple detonación la vida. Buscaba un refugio que me protegiera de lo que me habían enseñado a amar.
Me habían enseñado a amar lo frágil, lo insignificante. Me habían enseñado a odiarte. Me obligaban a odiarte; y yo solo podía amarte, no sabía hacer otra cosa.
Buscaba el resguardo del incienso, ese narcótico que me mantuviera a raya, que me hiciera de repente olvidarte. Pero no pude hacerlo; y lo deje todo. Arranqué las puertas de los muebles, rasgué con mis uñas las paredes del infierno que había sido mi casa todos esos años; y salí. Corrí, desesperado y aullando como una bestia. Absorbiendo a mí paso las almas más oscuras, los pensamientos mas errados, las bagatelas de una noche desnuda y asquerosa.
Y huí sin resguardo, huí para buscarte; y te sigo buscando ahora, voy corriendo a tu encuentro. Se que en algún lugar me esperas.

domingo, 2 de agosto de 2009

El descenso

Quise volar, encogí mis piernas y de un salto me vi remontando al viento. Mis manos se volvieron alas y se extendieron rápidamente en busca del cielo. Mi cuerpo se deslizó delicioso por el aire en una perspectiva sin sombras. Era bello, era eterno, era yo. Pero no medí la fuerza de mi salto, no pensé que podía jugarme en contra otra vez, y sin darme cuenta perdí el equilibrio, me vi cayendo sin escalas, sin remedio a una abismo de cemento. Y lo que momentos antes fueran alas se volvieron brazos desnudos y tiesos en el descenso.
Ahora me queda recoger mis huesos rotos, rearmarlos y comenzar un nuevo ascenso. Salir del pozo donde he caído.
No se cuan profundo es el abismo, ni tampoco el tiempo que me demande salir de aquí. Por lo pronto, solo quiero dormir unas horas más los domingos a la mañana y ya no despertarme a mitad de la noche pensando en vos.

Invierno

Hablaban como dos enamorados sumergidos uno en el otro, dispuestos a ahogar en cada palabra un pasado de llantos. Él la miraba, ella olvidaba que había sido triste algún día, y se hundía en sus ojos oceánicos y revolvía lo bello de las lágrimas que no se derramaron todavía.
Los dos eran jóvenes y errantes, él quizá un poco mas dócil, ella siempre revolucionaria. Eran dos estrellas en una mesa de café, en una banqueta de plaza, en un cordón de vereda, en donde fuera que estuvieran. “Siempre que estuvieren juntos serian estrellas” – Pensaba yo.
Sus charlas no tenían rumbos, sus vidas tenían un sentido. Eran el refugio. Eran la vida misma en su más bella concepción; y nada les importaba el entorno.
Nunca se acariciaron, nunca se dieron un beso en público. Pero yo se que él la amaba con locura y se que ella lo amaba también.
A pesar de eso, ayer la vi a ella, iba de la mano de otro chico. Nos cruzamos cara a cara (creo que no se acordaba de mi), y haciéndome el olvidadizo volví a pasar para reconocerla, y si, era ella, ya no tenía dudas; entonces me pregunte “¿Qué habrá sido de él?”
Hoy me desperté en medio de la noche, y me sorprendí soñando con ellos dos aun enamorados, y decidí darlos a conocer en esta historia. E ilusionarme con que la magia o alguna fuerza sobrenatural los haga recordarse tal cual eran en aquel invierno y vuelvan a encontrarse algun día para malgastar algunas horas mirándose. Solo mirándose.