viernes, 17 de julio de 2009

La estrella

¿Dormíase el sol, o dormitaba? Cerraba sus ojos y abríalos con apuro, como si le hubieran sorprendido copiándose en un examen.
Sus rayos apenas rosaban las negruzcas copas de los pinos. Su tibio calentar se volvía frío y desaparecía de repente. Sin embargo, se estaba a mitad del día.

¿Las nubes? ausentes todas. Quizá olvidadas, quizá jugando a las escondidas, pero a saber verdad no estaban. El cielo celeste, casi blanco, mostrabase erguido y vacío. También ausente. A todas las miradas maravillaba el sol, que cerraba y abría sus ojos, que dormitaba. Que entibiaba y calmaba nuestras ansias. Que avivaba y susurraba historias de noches desveladas. De ardores flacos, sedientos, olvidados. Todos, desgraciadas víctimas del tiempo. Todos muertos.

Y en una oleada tiñóse el viento de rojo, la hojarasca estremeció; y sintióse aun mas el frío. Ya el sol no despertaba; y la esperanza se dilataba.
Las nubes aun ausentes, el cielo presente, pero solo de paso. La luna muerta.
Los ojos que en caracolas miraban el horizonte desbordaban. Las manos buscaban resguardo en cansados bolsillos de tela; y el cisne de fieltro, aquel héroe de antaño, al estanque tranquilo ahuyentaba. Las ranas croaban y su canto era un arcano sin solución. ¿Quién soñaría ver al sol extinguirse? La esperanza una vez mas se dilataba.

Ya los jardines vacíos en las plazas. Esquirlas de humo vendíanse en las esquinas como el elixir de una salvación temprana. Como el escape al horror venidero. Las personas compraban al por mayor aquel incienso embustero y barato.

Todo era perfecto. La radiante tarde helada y tan pulcra como la rosa y el ocaso. ¿Las orugas? ¡a mariposas de un salto! Era bello observar las escafandras desprenderse y caer destrozadas.

Y de pronto encumbró el sol sus ojos. Las almas renacieron. E irguíose solemne por encima del crepúsculo desvelado. A prisa se oyó el canto de la salvación. Todos aplaudieron, menos yo, que supe inmediatamente que agonizaba, que era su último aliento; y apagóse luego.

Adentróse la noche en el día como una telaraña y lo cubrió todo de tenebrosa calma. Los hombres corrían espantados sin encontrar abrigo. Las mujeres perdidas lloraban. Los ancianos vaticinaban que todo estaba escrito y que ellos lo habían señalado. Los pobres niños indefensos reían desquiciados y ebrios de libertad.

¿Y yo? Yo que desde fuera miraba y soñaba, de pronto desperté; y eché a volar al resguardo de una estrella.

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