martes, 21 de julio de 2009

La senda.

Dos hombres viajaban a la orilla de un camino. Oscuras arremetían las negras copas de los arboles. Todo estaba vedado en esa ruta.
Hablaban de tanto en tanto sin percibirse.

Uno marchaba parsimonioso. El otro atlético y agraciado. El más viejo, triste y solitario, pedía a sus adentros una última función. Un último ensayo siquiera. El de al lado, joven, eterno, avariento, habría de negársela si fuere necesario.

De pronto al camino una densa bruma lo cubrió. La voz se hizo ecos; y en todos lados una chicharra estrepitosa paso haciendo escándalo. Un camión lanzaba inmensas llamas por el caño de escape.
La bruma luego levanto. El camino quedo libre para continuar el viaje. Ahora las orquídeas florecían, los conejos corrían entre margaritas salto a salto y un cristal de agua purpurina descendía desde la montaña en una carrera colosal.

Solo uno de los dos hombres caminaba ahora. El otro había desaparecido entre el bullicio.

4 comentarios:

  1. Donde florecen las orquídeas no hay nada que temer.

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  2. No había leído el comentario, jaja. El relato se trata de la entrada de un hombre al paraíso… y el personaje que desaparece, el joven acompañante, era la muerte, y desaparece luego de haber cumplido con su trabajo… Pero releyéndolo entiendo que se presta a múltiples interpretaciones… Conservemos aquella que sea menos nociva… Que no desaparezca lo mágico.

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  3. Un relato perfecto, perfecto. Conmovedor. Una artesanía poética, literaria perfecta. Imágenes y una atmósfera palpitante. Lo mejor, felicitaciones.

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  4. Muchas gracias Victor, de verdad, muchas gracias.

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