sábado, 25 de julio de 2009

Aldeas de humo

Veo una luz. ¿Será ese el camino? ¿Hacia donde me dirijo? En la oscuridad todo es rastro, todo son huellas borrosas.

No recuerdo bien el bosque. Esto es un Ciprés, lo se por su aroma. Más allá está el rio, siento como las olas se cruzan de un lado a otro en un baile estival, susurraran deliciosas al paso. También escucho un zumbido, como si fuese una sierra podando vidas. Veo colores, todos oscuros. Todos oscuros y necios. No se si estoy perdido. ¿Hacia donde me dirijo? ¿Hacia donde me llevan? ¿Por qué voy solo?

Camino dando tumbos, pues me tropiezo con las raíces que emergen de la madre tierra. ¿Que me reclama el silencio? reclama auxilios. Yo apenas si oigo, quiero huir. Quiero salir de este bosque rojo tenebroso. De sangre herida y derramada. ¿Donde me lleva el camino?
Veo la bruma sobre una senda que no piso, que no camino. Estoy resuelto a esconderme del miedo. Sigo, como si fuera a salir algún día.

Sobre las rocas encuentro la paz, y duermo, a veces sueño, algo a veces también recuerdo; pero pocos minutos, luego vuelvo a caminar desierto, neurasténico.
Me calmo, escucho en silencio al ruido de tumbas que es la intolerancia, la soberbia y el sin razón de los necios. ¿Hasta cuando para mi esto? Como si fuera un eje del que pende el mundo sigo, ¿Hasta cuando?

Las sombras me alejan del humo. El rio me llama. En secreto voy a él con el alma; pero mi cuerpo se resiste a seguirme, y ambos permanecemos quietos. Espero que la bruma pase, y sigo. Todo es oscuro. El sol está alto, tan alto que ni la luz nos deja. Y en el escalón de la duda tropiezo. Todo en la oscuridad es engaño, las formas no son ciertas, los hechos son habitables, pero no sinceros. En la oscuridad todo es sigilo.

Apoyo el hombro en mi cabeza como si fuera a dormir. Y la rama más alta del naranjo me regala alimentos. Es una ave recién cazada, sus causes todavía desbordan la sangre. Veo, tristemente, que iba a ser madre, pero el hambre se apodera de mí y nada me da culpa. Devoro cómo un animal sanguinario hasta su último bocado, me relamo y escupo los huesos. Siento que el pecho pide agua, pero no puedo ir al rio. Las olas me tienen por enemigo y quieren llevarme lejos. No puedo ir al rio. Quiero huir de esta selva, que de momentos es inhabitable. ¿Cuál camino he de tomar? ¿Hacia donde me dirijo?

Camino sin rumbos, como si estuviera perdido, pero no lo estoy. No tengo claro hacia donde me dirijo. Como el barco que a la deriva marcha sin saber donde encallar, sin saber si morir o vivir para morir luego en altamar, navego y navego.

Voy enderezando el vaso por que el agua que se derrama es mucha y todavía nadie ha bebido. Voy caminando la senda de lo desconocido, pero me parece haber visto el paisaje antes, en algún retrato. ¿Será que los hechos se repiten? ¿O serán los lugares los que se repiten?
Voy andando por la senda de lo desconocido como si supiera adonde voy. Creo que estoy perdido. Por primera vez, comienzo a sentirme lejos.

¿Y si siguen mis huellas? Me encontraran, quizá sea el momento. ¿Y sí no puedo huir de sus constantes pasos diabólicos? Me perderé nuevamente.
Por eso me he quedado solo: para poder correr y escapar cuando sea necesario. Para salir a enfrentar mis muertos, a todos ellos, que me persiguen y que no soportan verme vivo. Voy a salir a enterrarlos a todos en vida, que es esta y es mía la vida que llevo. Quiero que una corana los resguarde del frio, así no vuelvo a preocuparme por sus deudos.

A un paso del cielo estoy, también a un paso del infierno; y no se cual es el camino que debo tomar. No me importa. Y si me detengo: me resigno y muero en la verde hierba, como si pereciera en un lago negro sin luna al hastío del sol que no me alcanza, que no me alumbra. Si me detengo muero, y si me equivoco jamás viviré. Jamás.

Dios, que no te he querido, que no has sido mío, pero yo si he sido tuyo, como todos esos muertos. Dime Dios ¿Hacia donde me dirijo? ¿Cuál es el camino? No lo sabes, lo sabia.

Y otra vez el silencio enmudeció, los ojos cerraron las ventanas; la luz del alma encendió su eco. Sin desiertos, sin heridas, sin recuerdos, sin odios, ni miradas, el viejo se deshizo de su vida; y más viejo que antes silenció el perdón de todos sus muertos.

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