miércoles, 15 de julio de 2009

El camino del ovillo.

Tejía y destejía una doña prodigiosa. Creía que al final del ovillo de lana se encontraría con la muerte. Y como nunca terminase su tejido, permanecería siempre a salvo.
Debía estar atenta, eso sí, no sea cosa que una de esas tardes de té distraída continuara mas de la cuenta su tejido; y el té no fuese té, fuese cianuro; y su amiga no fuese amiga, fuese la huesuda llevándosela. Así que esta señora siempre tejía y destejía; y nunca terminaba un tejido.

Pero en un momento de despabile (de esos pocos que suelen darse a esa altura de la vida), pensó - si la muerte estaba al final del ovillo, ¿por que mejor no dejaba de tejer? – Fue entonces cuando descubrió que estaba sola; y que el tejido era lo único en su vida. - Si lo dejaba, estaba muerta, si estaba muerta ¿por que no tejer un último caminito para la mesa? Así cuando la encuentren tirada agonizando sobre la alfombra podrían decir: “Que señora tan elegante, miren que hermoso tejido ese sobre el tocador”- Eso pensó y tejió.

Y tejió, y no se asusto cuando trasgredió el nudo de lana que había dejado en el ovillo como señal de alarma.
De acá no tengo que pasar – se dijo, pero enseguida olvido el pensamiento, desato el nudito y siguió.
Tejió su caminito, empleó el ovillo completo en su tejido.

Dos días después, cuando la encontraron muerta sobre la alfombra, nadie se percató del caminito tan bello que estaba extendido sobre la mesa y que unía sus dos cabeceras cual puente une las dos orillas de un rio. Todos quedaron espantados al ver las agujas de tejer de la anciana clavadas en sus cruentos ojos podridos.

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